EL REGALO DE LA COMPASIÓN
“Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables” (1 Ped. 3:8).
Podía sentir que algo terrible había sucedido, o estaba por suceder. Sentía una extraña urgencia por irnos de la fiesta de cumpleaños y volver a casa. Llamé a Jonathan, mi hijo de tres años, que sorpresivamente dejó a sus amigos, juntó sus recuerdos del cumpleaños y se sentó en su silla en el auto… sin protestar. Cuando llegamos a casa, del otro lado de la ciudad, encontré que mis amigos Alan y Shirley estaban allí, estacionados. La expresión de Shirley me dijo que algo malo había pasado. <p>Me senté en los escalones frente a la casa, esperando a que rompiera el silencio. Allan llevó a Jonathan hacia el arroyo que cruza detrás de nuestra casa, como para crear una distracción a fin de que Shirley pudiera darme las noticias que tenía. -Gail -comenzó, con lágrimas en los ojos-: recibimos una llamada de tu papá esta mañana. Gail, es tu mamá… Tu mamá falleció… No tengo idea de cómo terminó. -¿Gail? -Sentí los brazos de mi amiga rodeándome, pero no podía responder- Ven a casa con nosotros… no deberías estar sola. Di un grito que nunca en mi vida había dado. Mi cuerpo se sacudía, mi corazón palpitaba rapidísimo y mi mente no paraba de dar vueltas. ¡Acababa de hablar con mamá! Era nuestra costumbre hablar cada domingo. ¡Ella adoraba a sus nietos: Shellie y Jonathan! Lágrimas descontroladas mojaban mi rostro y mi blusa. Entonces, sentí su pequeña, amable, mano en mi hombro: era Jonathan. Estaba tratando de dar un sentido a mis lágrimas, como yo había hecho tantas veces cuando él se caía al jugar, o estaba teniendo un día con más “noes” que “síes”. Estaba tratando de asegurarme que todo estaría bien. “Mami… no llores”, rogó vez tras vez. Entró en la casa y volvió a salir, dejando un sendero de papel higiénico desde el baño hasta la puerta de entrada. No había tiempo de cortar un pedazo: solo quería consolar a su mami, como él había sido consolado tantas veces. Su inesperada compasión me tranquilizó. Aunque ahora es adulto, un productor, compositor y artista reconocido que vive en Sudáfrica, el corazón de mi Jonathan todavía late con bondad y compasión para con muchos. El mismo regalo de compasión que dio a su madre el día que ella perdió a la suya.
Gail Masondo