ABIGAIL
LA BELLA, LA BESTIA Y EL PRÍNCIPE – 2
Y ella se levantó e inclinó su rostro a tierra, diciendo: He aquí tu sierva. 1 Samuel 25:41.
Cuando David recibió la respuesta de Nabal, se dispuso a castigarlo.
Un siervo alcanzó a divisar a la guerrilla bajando la colina, y le avisó a Abigail. David y sus hombres los habían protegido de los abigeos, y Nabal respondía con agravios. La mujer se movilizó a escondidas del marido.
“Abigail tomó luego doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas, y doscientos panes de higos secos, y lo cargó todo en asnos. Y dijo a sus criados: Id delante de mí, y yo os seguiré luego; y nada declaró a su marido Nabal. Y montando un asno, descendió por una parte secreta del monte” (1 Samuel 25:18-20).
David iba listo para matar, pero de pronto, tras un recodo se halló con un insólito espectáculo: un rostro de líneas delicadas, una sonrisa como el amanecer y unos ojos tiernos que lo miraban fijamente. Cuando estuvo cerca, ella bajó del asno, se postró ante el guerrero, y dijo con un ligero temblor en la voz:
“Señor mío, sobre mí sea el pecado; mas te ruego que permitas que tu * sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva” (vers. 24).
David comenzó a impacientarse. Ella procedió a expresar su petición:
“No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, de Nabal; porque conforme a su nombre, así es. Él se llama Nabal, y la insensatez está con él; mas yo tu sierva no vi a los jóvenes que tú enviaste. Ahora pues, señor mío, vive Jehová, y vive tu alma, que Jehová te ha impedido el venir a derramar sangre -el rostro de David se iba distendiendo-. Y ahora este presente que tu sierva ha traído a mi señor, sea dado a los hombres que siguen a mi señor. Y yo te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa; pues Jehová de cierto hará casa estable a mi señor, por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová… Y acontecerá que cuando Jehová… te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimientos… por haberte vengado” (vers. 25-31).
La muerte y la sabiduría lidiaban en la colina, y la sabiduría prevaleció. –LC