TREINTA Y TRES MINEROS Y UNA ESPERANZA
«Yo volveré mis ojos a Jehová, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá» (Miqueas 7: 7).
CUANDO MIRAMOS la condición de la sociedad, de nuestras familias e incluso de nuestra propia vida, nos preguntamos: ¿Existe alguna esperanza? Thomas Hardy afirmó que, cuando la esperanza abandona nuestro corazón, la vida queda asfixiada en una burbuja agobiante, «el monótono bullir de una humanidad tensa y en apuros».
Por otro lado, Oliver Goldsmith resalta lo que ella puede generar en nuestra vida: «La esperanza, cual reluciente luz de vela, adorna y alienta el camino, y con todo, mientras más oscura, emite más fúlgido brillo». Por eso, cuando se apaga la luz de la esperanza en nuestro interior, quedamos a oscuras, y contagiamos con lobreguez todo lo que tocamos. Humanamente, somos incapaces de volver a encender esa llama en nuestro interior. Por eso, la única opción es recibirla por parte de Dios.
Esperar en Dios cambia totalmente la perspectiva de nuestra vida. La suya no es una esperanza vana ni de miras cortas. El apóstol Pablo enfatiza esta verdad: «Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres» (1 Corintios 15: 19). No, no esperamos en esta vida, sino en el más allá: «En la esperanza de la vida eterna, Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos» (Tito 1: 2).
Treinta y tres mineros estuvieron atrapados durante 70 días en la mina San José, en Chile, en 2010, a una profundidad de 700 metros. Siempre tuvieron la esperanza de ser rescatados, de salir de esa gran oscuridad, de ver de nuevo a sus familias. Esa esperanza los mantuvo con vida hasta que llegó el día de su liberación. Mientras estaban allí abajo, la esposa de uno de ellos dio a luz a una niña, a quien llamaron Esperanza.
A través de un tubo que los rescatistas lograron hacer llegar, los mineros recibieron una Biblia. La lectura de las promesas divinas registradas en las Escrituras alimentó su confianza. Finalmente, el 13 de octubre fueron rescatados en medio de lágrimas de gozo para el reencuentro. La paz regresó a sus corazones.
El profeta Miqueas nos pone el ejemplo, cuando descansaba seguro al haber puesto su esperanza en el Dios de su salvación. Oremos este día para que Dios fortalezca nuestra esperanza en él.