EL PRIMER HOGAR
«Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara». Génesis 2: 15, NVI
EL HOGAR EDÉNICO de nuestros primeros padres les fue preparado por Dios mismo. Cuando lo hubo provisto de todo lo que ellos pudieran desear, dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen conforme a nuestra semejanza» (Gén. 1:26).
El Señor estaba complacido con este ser, el último y el más noble de cuantos había creado, y se propuso que fuese el habitante perfecto de un mundo perfecto. No quería, sin embargo, que el hombre viviera en soledad. Dijo: «No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él» (Gén. 2: 18).
Dios mismo dio a Adán una compañera. Le proveyó de una «ayuda idónea para él», alguien que realmente le correspondía, una persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser una sola cosa con él en amor y bondad. Eva fue creada de una costilla tomada del costado de Adán.
Este hecho significa que ella no debía dominarle como cabeza ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus plantas como un ser inferior sino que más bien debía estar a su lado como su igual para ser amada y protegida por él. Siendo parte del hombre, hueso de sus huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esta relación. «Pues nadie odió jamás a su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida». «Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Efe. 5: 29; Gén. 2:24). […]
Los padres y las madres que ponen a Dios en primer lugar en su familia, que enseñan a sus hijos que el temor del Señores el principio de la sabiduría, glorifican a Dios delante de los ángeles y delante del mundo, presentando una familia bien ordenada y disciplinada, una familia que ama y obedece a Dios, en lugar de rebelarse contra él. Cristo no es un extraño en sus hogares; su nombre es familiar, venerado y glorificado.
Los ángeles se deleitan en un hogar donde Dios es el gobernante supremo, y donde se enseña a los niños a reverenciar la religión, la Biblia y al Creador. Estas familias pueden aferrarse a la promesa: «Yo honro a los que me honran» (1 Sam. 2:30). Y cuando de un hogar así sale el padre a cumplir sus deberes diarios, lo hace con un espíritu enternecido y dominado por la conversación con Dios.- El hogar cristiano, cap. 3, pp. 25-27.