LA ESPERANZA NO ES UN SUEÑO. ES REAL
“Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo”(Rom. 15:13, NV1).
Si alguna vez hiciste un viaje que durara más de treinta minutos con un niño de diez años, sabes que hay que estar preparada para oír dos preguntas: “Mamá, ¿cuánto falta?” y “Papá, ¿ya llegamos?”
Hace cuatro años, mi esposo, nuestra pequeña y yo estábamos viajando de Bellingham, Washington, a Sacramento, California. Mi esposo y yo teníamos muchas expectativas con aquel viaje, y esperábamos relajarnos durante las 16 horas de trayecto. Nuestra hija también tenía grandes expectativas: estar en Sacramento… 16 minutos después de salir, ¡jajaja!
La noche anterior al viaje, mi esposo y yo tomamos una decisión. Nos despertamos muy temprano a la mañana siguiente y le dijimos a nuestra hija: “Cuando veas que el sol se está poniendo esta noche, entonces puedes preguntar cuánto falta. Y cuando esté tan oscuro que no puedas ver nada, eso significará que estamos cerca de Sacramento. Entonces puedes preguntar si ya llegamos”.
Todo nuestro viaje, que esperábamos que fuera tranquilo, se vio acentuado por dos preguntas: “¿Cuándo bajará el sol?” y “¿Cuándo estará oscuro?” Teníamos esperanzas muy diferentes. La esperanza es algo profundamente arraigado en el ser humano. Un antiguo proverbio latino dice Dum Spiro Spero: “Mientras respire, espero”. Sin importar educación, trasfondo cultural o profesión, todos tenemos esperanza.
A veces, lo que esperamos es una ilusión; pero Dios nos ofrece esperanza real. Dios dice, a través de su profeta: “Yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jer. 29:11, NVI). Cuando la Biblia habla de esperanza, no se refiere a una ilusión. La definición bíblica de esperanza es “expectativa confiada”: esperamos que Dios cumpla sus promesas. No son sueños; es realidad.
En nuestro caminar, a veces tenemos decepciones y expectativas fallidas. En esos momentos, frecuentemente terminamos planteando las mismas preguntas que mi hija: “¿Cuánto falta?” “¿Ya llegamos?” Quizá Dios nos diga que tenemos que esperar un poquito más; y que no, todavía no hemos llegado. Sin embargo, nuestra esperanza en sus promesas puede permanecer intacta. Él nos llevará con seguridad a nuestro destino final. De hecho, él tiene planes para darnos un futuro y, siempre, una esperanza.