JUAN MCNEILL
Aun cuando yo pase por el valle más oscuro, no temeré, porque tú estás a mi lado. Tu vara y tu cayado me protegen y me confortan. Salmo 23:4.
Un sábado de noche, a las 12:30, Juan, de doce años de edad, se dirigía a su casa. Tenía que atravesar seis kilómetros y medio por las tierras montañosas de Escocia para llegar a su casa ubicada cerca de la estación del tren. Aunque hacía este viaje todos los sábados de noche, esta noche en particular le parecía más oscura que de costumbre. No había luna que alumbrara su camino a través del páramo silvestre. Densas nubes ocultaban las estrellas, oscureciendo aún más la noche.
“No hay nada que temer -se repetía una y otra vez, mientras avanzaba en la oscuridad-. Esos que están allí no son hombres armados. Son árboles que se proyectan en la distancia, y ya lo sabes. No, no, es solo una vaca que camina entre los matorrales. ¿Por qué late tan rápido tu corazón? Tranquilízate, Juan”.
Un pajarillo se movió entre los arbustos y Juan sintió que el corazón se le paralizaba. Cuando se encontraba a mitad de camino, creyó escuchar pasos muy cerca de una quebrada profunda. Se detuvo para escuchar. Sí, allí estaba. ¿Dónde podría esconderse? Le temblaban las rodillas, y trató de silbar para infundirse valor, pero de los labios le salía puro aire.
-¿Eres tú, Juan? -lo llamó una voz muy familiar de entre la sombra. -¡Papá! -gritó Juan, y corrió hacia la figura que emergía de la oscuridad. Gracias a Dios, era su padre.
-Vi cuán oscura estaba la noche, y pensé que tendrías miedo, hijo -dijo el Sr. McNeill tomando a su hijo de la mano.
-Ya no tengo miedo -respondió el niño.
Juan McNeill llegó a ser un gran predicador. En cierta ocasión, al predicar sobre el Salmo 23, relató su experiencia en el páramo cuando había tenido tanto miedo, y cuán seguro se sintió en la presencia de su padre.
El incidente anterior se asemeja mucho a nuestra experiencia mientras caminamos en esta Tierra. Todos tenemos que pasar por un valle oscuro y solitario. Nos suceden cosas que son difíciles de comprender. Muere un ser querido; un sueño queda truncado. Pareciera que no podemos seguir adelante. Entonces oímos la voz de nuestro Padre celestial hablándonos. Seguimos adelante, en medio de la oscuridad, confiados, porque él está a nuestro lado.