LA FOTO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21)
Fue en julio de 2013, pero lo recuerdo como si fuera hoy porque Soweto es un lugar impactante. Este asentamiento se encuentra a unos veinte kilómetros al suroeste (de ahí el nombre “Soweto”) de Johannesburgo, y residen allí unos tres millones de personas. La marginalidad y la pobreza se respiran en todas partes. Son calles y calles de gente que parece haber sido olvidada, sin (casi) ningún tipo de posibilidad de crecimiento o de progreso.
No obstante, Soweto es conocido por dos hitos: el primero es que tiene una calle donde están (a poca distancia) las casas en las que vivieron dos premios Nobel de la Paz. Desmond Tutu y Nelson Mandela. El segundo es que el 16 de junio de 1976 hubo una matanza de más de quinientos jóvenes que reclamaban pacíficamente contra el gobierno del apartheid, debido a que querían imponer la lengua afrikáans como medio de instrucción en las escuelas de Sudáfrica, en vez del inglés.
Hay una foto histórica que retrata la tragedia de ese 16 de junio. Héctor Pieterson, un niño de doce años, es llevado muerto en brazos de un compañero de escuela. La foto dio vueltas al mundo y se convirtió en un símbolo de la resistencia. Finalmente, en las escuelas se continuó enseñando en inglés.
Visitamos el museo Héctor Pieterson y la placa conmemorativa de ese trágico hecho, ubicados en Soweto. Niños de color con playeras del Barcelona y de “Angry Birds” (sí, la globalización llega a todas partes) se acercan para que les tomemos unas fotos. Luego, extienden su mano para recibir algún rand. Lo que sea, para ellos es una inmensa riqueza.
Parado allí, reflexioné sobre el valor de la vida y sobre lo que implica entregarla por una causa que crees justa. Recordé a los mártires del Cristianismo, a quienes injustamente se les quitó la vida, y la importancia de ser fiel a Dios bajo toda circunstancia.
Sin embargo, hoy puede ser un día histórico, si recordamos que, más allá de morir por Jesús, debemos vivir por él cada día.
“Es algo solemne morir, pero es mucho más solemne vivir. Cada pensamiento, palabra y acción de nuestra vida volverán a confrontarnos. Tendremos que seguir siendo durante toda la eternidad lo que nos hayamos hecho durante el tiempo de gracia. La muerte provoca la disolución del cuerpo, pero no produce cambio alguno en nuestro carácter, ni lo cambia tampoco la venida de Cristo; tan solo lo fija para siempre, sin posibilidad de cambio” (Elena de White, Eventos de los últimos días, p. 240).