¡HORA DE SANAR!
“Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3 Juan 2).
Nunca conocí a alguien que jamás en su vida se haya enfermado. ¿Y tú? Mientras Jesús vivió en esta Tierra, tuvo contacto con una gran cantidad de personas enfermas. De hecho, muchos enfermos fueron en busca de Jesús. Él estaba lleno de compasión, y uno de sus numerosos títulos es “el Gran Médico”. Me fascinan todos los relatos registrados en los evangelios, pero he descubierto que me parecen especialmente interesantes los relativos a la sanidad. Parece que hubo tantos enfermos que Jesús estuvo muy ocupado en el ministerio de sanidad. Nunca rechazó a nadie.
En la época de Cristo, la lepra era un golpe serio; el más serio. Si tenías lepra, eras considerado maldito por Dios y ceremonialmente impuro. Eras un marginado de la sociedad y debías mantenerte a distancia de todos, incluso de tu familia. Si se encontraban con otras personas, los leprosos debían gritar: “Inmundo” para que a gente huyera.
Los evangelios registran dos ocasiones en las que Jesús sanó leprosos, pero estoy bastante segura de que debió de haber sanado a muchos más. Mateo cuenta la historia de un leproso que tuvo la valentía de acercarse a Jesús. Cayó a sus pies y le dijo:
“-Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mat. 8: 2).
Ese día, Jesús desafió la ley y lo tocó, asegurándole:
“-Sí, quiero -le dijo-. ¡Queda limpio!” (8: 3).
Los diez leprosos fueron sanados de una manera diferente. Cuando Jesús se acercó a cierto pueblo, ellos se encontraron con él, pero se quedaron a una distancia considerable. Desde allí, le gritaron:
“-¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Luc. 17: 13).
Nota que Jesús no los tocó, sino que les dijo que acudieran al sacerdote. Su obediencia al caminar hacia donde estaba el sacerdote demuestra que tenían fe en que habían sido sanados: un leproso podía presentarse ante el sacerdote solo después de ser sanado. El versículo 14 menciona que “mientras iban de camino, quedaron limpios”. Nota, también, que solo uno volvió y agradeció a su Sanador.
Hoy, muchos de nosotros necesitamos del toque sanador de Jesús. Algunos no estamos bien físicamente, mientras que otros están enfermos social y emocionalmente. Pero la mayoría, si no todos, estamos enfermos espiritualmente. La enfermedad espiritual a menudo se compara con la lepra. Estoy agradecida porque Jesús todavía está cerca, así que nosotros también podemos encontrar sanidad.
JACQUELINE HOPE HOSHING-CLARKE