“Su madre dijo a los sirvientes: –Hagan lo que él les ordene” (Juan 2: 5, NVI).
Lo vio aprender a caminar ya hablar. Lo sentó en su regazo para enseñarle sobre la naturaleza, sobre las Escrituras, sobre su carácter de amor. Lo vio defender lo correcto desde pequeño, dar muestras de que tenía una comprensión aguda y profunda de su misión. Lo buscó para comer cuando pasaba horas en el taller de carpintería, le preparó su ropa y organizó los festejos de cada año.
Pero no estuvo para su bautismo. Hacía rato ya no se veían. Se enteraba de él como lo hacían las demás personas de Nazaret: por noticias que llegaban desde los lugares cercanos.
Ella creía en él. Bueno, casi siempre. A veces tenía dudas y esperaba que se revelara de una vez.
José había muerto, Jesús se había ido y los pensamientos del futuro la entristecían y preocupaban. No sabemos si lo hubo planeado así o no, pero la fiesta de bodas los reunió otra vez.
¿Cómo te sientes cuando encuentras a gente querida después de mucho tiempo? Las bodas son ocasiones que suelen reunir a las personas de esta manera. Y en realidad no siempre hay tanto tiempo para conversar y ponerse al día, pero el simple hecho de reencontrarse parece que da nuevas energías.
Ahí estaba él, sirviendo con ternura como siempre. Pero lo veía diferente. Se notaba que algo había pasado. Y es que no se vuelve igual de las guerras y Jesús se había enfrentado al ayuno del desierto ya los embates de Satanás. Había salido victorioso y eso se notaba en su aspecto.
Así como en Jesús se veían las silenciosas huellas de la victoria, en la sala comenzó a reinar un silencio tenso que también demostraba que algo pasaba. Ante la necesidad de bebida para la boda, María vio la oportunidad perfecta para que Jesús, su hijo, su orgullo, demostrara su divino poder.
¿Cuántas veces queremos apurar el reloj divino y hacer las cosas a nuestra manera, incluso buscando fines no egoístas? Jesús la frenó en seco, aunque con respeto, como lo hiciera en el templo cuando era niño.
Sí, no había dudas de que era su hijo. Seguía con sus intereses divinos intactos y esa era seguridad suficiente en ese momento. Fue así que dejó todo en sus manos.
¿Con qué asunto estás queriendo apurar a Dios hoy? Disfruta de tu encuentro con él y deja todo en sus manos. Sin dudas será lo mejor.