DÉBORA
EL LLAMAMIENTO DE DÉBORA
Barac le respondió: Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré. Jueces 4:8.
Los jueces eran hombres llamados por Dios como sus portavoces ante el pueblo y como dirigentes civiles y militares. Cuando Dios decidió levantar jueces, el pueblo de Dios estaba rodeado de pueblos enemigos que los hubieran consumido de no intervenir estos hombres apartados para esta labor especial.
Otoniel y Aod fueron jueces fieles (Jueces 3). Al morir Aod, los israelitas volvieron a desobedecer a Dios, quien los entregó en manos de Jabín, rey de Canaán. Se nos dice que “en ese tiempo una mujer gobernaba a Israel, Débora, profetisa, esposa de Lapidot” (Jueces 4:4, RV00). En una cultura donde la mujer figuraba solo como madre en su hogar, Dios, viendo que no había otro para dirigir al pueblo con sabiduría, llamó a una mujer casada para esa posición de autoridad y liderazgo sobre los hombres.
De pronto, Dios le reveló a Débora que Barac había sido llamado a reunir hombres de guerra para ir, dirigido por Dios, a pelear contra el rey cananeo. Pero Barac no había ido, así que Dios mandó a Débora a decirle a Barac que Dios estaba esperando que cumpliera con su mandato, que incluía la promesa de pelear por él y con él. Pero Barac no se atrevió a ir a menos que Débora lo acompañara (vers. 6-8). Por boca de Débora, Dios castigó a Barac al quitarle el honor de ganar la batalla y dárselo a una mujer. Entonces Débora salió al campo de batalla con Barac, y tal como le prometió el Señor, Sísara cayó en manos de Jael, y la honra de la victoria fue para dos mujeres (vers. 9).
Dios no hace acepción de personas. Lo estamos viendo hoy en el número creciente de mujeres que están respondiendo al llamamiento divino de predicar el evangelio mediante diversos ministerios. Ese llamamiento es tan urgente que ellas no pueden menos que oír y responder. El profeta ya lo pronosticaba acerca de los últimos días de la historia de este mundo: “Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Joel 2:28). Ese Espíritu está ungiendo a nuestros hijos e hijas, a jóvenes y ancianos. ¿Está la iglesia lista para reconocer ese derramamiento glorioso que ya estamos presenciando? –LMG