ALISTÉMONOS EN EL EJÉRCITO DE CRISTO
«Después de esto miré, y vi una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos». Apocalipsis 7: 9
COMO HIJOS E HIJAS de Dios, hemos de esforzarnos por alcanzar el elevado ideal
que el evangelio supone. No debemos conformarnos con nada que esté por debajo de la perfección. […]
Hagamos de la sagrada Palabra de Dios nuestro tema de estudio, aplicando sus santos principios en nuestra vida. Andemos delante de Dios con mansedumbre y humildad, corrigiendo diariamente nuestras faltas. No separemos, por un orgullo egoísta, a nuestra alma de Dios. No acariciemos ningún sentimiento de supremacía, considerándonos mejores que los demás. «Si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer» (1 Cor. 10: 12, NVI). Hallaremos descanso y paz al someter nuestra voluntad a la voluntad de Cristo. El amor de Cristo reinará entonces en el corazón, subyugando las motivaciones al dominio del Salvador. El aceite de la gracia de Cristo suavizará y dominará el mal genio, fácilmente irritable. La sensación de los pecados perdonados proporcionará esa paz que desafía toda comprensión. Habrá una seria lucha por vencer todo lo que se opone a la perfección cristiana. Desaparecerán todas las desavenencias. Aquel que otrora criticaba a los que lo rodeaban verá que existen en su propio carácter faltas mucho mayores.
Hay quienes prestan atención a la verdad y se convencen de que han estado viviendo en oposición a Cristo. Se sienten condenados y se arrepienten de sus pecados. Confiando en los méritos de Cristo y ejerciendo la verdadera fe en él, reciben el perdón del pecado. A medida que abandonan el mal y aprenden a hacer el bien, crecen en la gracia y en el conocimiento de Dios. Ven que tienen que hacer sacrificios para separarse del mundo, y, después de calcular el costo, consideran todo como pérdida, con tal de ganar a Cristo. Se han alistado en el ejército del Salvador. Tienen delante de sí una guerra, y la emprenden con ánimo, luchando contra sus inclinaciones naturales y sus deseos egoístas y sometiendo su voluntad a la voluntad de Cristo. Buscan diariamente al Señor para que les dé gracia para obedecerle, y así reciben la fortaleza y ayuda necesarias. Esta es la verdadera conversión. Aquel que ha recibido un nuevo corazón, confía en la ayuda de Cristo con una dependencia humilde y agradecida. Revela en su vida el fruto de la justicia. Antes se amaba a sí mismo. Se deleitaba en el placer mundanal. Ahora su ídolo ha sido destronado y Dios reina supremo.— The Youths Instructor, 26 de septiembre de 1901.