¿COMO ESTA TU FE?
“Antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén hablando, yo habré oído” (Isa. 65:24).
Predicar sobre la fe es fácil cuando el cielo está azul y no hay crisis a la vista. Pero al toparse con un problema, el que predica acerca de la fe se ve forzado a analizar su grado de confianza en Dios. Cuando recibí la noticia de que mi madre, que estaba en Malasia, estaba muriendo, traté frenéticamente de reservar un billete para volar desde Seúl, Corea del Sur. Me confirmaron la primera parte del vuelo desde Seúl a Síngapur, pero entré en lista de espera para el vuelo de Singapur a Malasia.
Cuando llegué al aeropuerto de Seúl, intenté convencer al agente de la aerolínea de que me diera un asiento. “Tengo las manos atadas, pruebe en Singapur”, me dijo. Aunque no podía hacer nada durante las siguientes siete horas, salvo esperar, tampoco podía evitar preocuparme por lo que sucedería en Singapur. ¿Habría una plaza para mí en el vuelo a Malasia?
Durante el vuelo a Singapur, repetí en mi mente las promesas de la Biblia y dejé todo en manos de Dios. La comedia que transmitieron en las pantallas del avión y la comida lograron distraerme un poco. Después, el Señor me transmitió tal paz que me quedé dormida. Exhausta por el estrés de los últimos meses con la enfermedad de mamá constantemente en mí cabeza, de repente sentí total confianza en que Dios lo dirigía todo. Cuando desperté, estábamos aterrizando ¡en la misma terminal de la cual salía mi vuelo de conexión! El mostrador de la aerolínea estaba al lado, y la zona de espera justo al girar la esquina. Expliqué a la agente que debía tomar ese vuelo, para estar junto a mi madre. Durante la siguiente hora animé a mi hija por teléfono, y pensamos un plan alternativo por si no era la voluntad de Dios que yo tomara aquel vuelo. Cuando llegó el momento de hablar de nuevo con la agente, estaba eufórica. ¡Sí! A pesar de que el avión iba completo, había un asiento libre.
Aunque no llegué a tiempo, recordé cómo María y Marta pensaron que Jesús había llegado cuatro días tarde para sanar a Lázaro. Aprendieron, como yo, que ¡él siempre llega a tiempo! Una vez más, mi fe se renovó en un Dios que cuida de nosotros y que es realmente bueno.
Sally Lam-Phoon