El camino del Calvario
«Le golpeaban la cabeza con una caña, lo esculpían y puestos de rodillas, le hacían reverencias. Después de haberse burlado de él le quitaron la púrpura, le pusieron sus propios vestidos y lo sacaron para crucificarlo» (Marcos 15: 19, 20).
CUANDO JESÚS salió del huerto del Getsemaní, con el peso del pecado del mundo sobre él, sus pies iniciaron el camino doloroso del Calvario. Había aceptado tomar la culpabilidad, y por eso ahora el castigo que la raza pecadora merecía iba a caer sobre él. El juicio sobre Jesús fue ilegal, por haber sido un juicio nocturno y atrozmente injusto, basado en falsas acusaciones. Entre la noche del jueves y la madrugada del viernes, Jesús compareció una vez ante Anás, una ante Caifás, dos veces ante el Sanedrín, una vez ante Herodes y dos veces ante Pilato.
El viernes en la mañana, fue crucificado en el monte Calvario. Desde las doce del día hasta las tres de la tarde hubo tinieblas sobre la tierra. Durante un tiempo, Jesús pendió de la cruz. Ese viernes de la condena y crucifixión fue el día más oscuro de la historia. La mayor ingratitud se cernía sobre el mundo. La mayor crueldad y el mayor pecado quedó frente a frente con el mayor acto de amor de Dios. Ese día, la justicia huyó del mundo.
No se puede imaginar ni narrar la crucifixión de Cristo sin que el corazón se quebrante. La tierna carne de sus manos y sus pies fue traspasada por los clavos en el madero. El sol se ocultó para no ver la sangrienta y horrible escena. Jesús de Nazaret colgaba de la cruz voluntariamente.
En esas horas antes de morir, Jesús pronunció palabras de inmensa transformación y esperanza para el hombre perdido en la miseria. Cuando Jesús le dijo al ladrón en la cruz: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23: 43), lo dijo también para nosotros. «Cristo no prometió que el ladrón estaría en el paraíso ese día. Él mismo no fue ese día al paraíso» (E. G. White, El Deseado de todas las gentes, pág. 699). En la Biblia, la recompensa para el creyente siempre es otorgada luego de la resurrección. Por eso Cristo resucitó, para que tengamos la misma certeza de estar con él en el reino.
Las palabras de Cristo al ladrón en la cruz nos brindan la seguridad de que en Cristo todos podemos ser salvos. Si confesamos nuestros pecados y nos entregamos a él de todo corazón, vendrá por nosotros y nos llevará al paraíso en su Segunda Venida.