FUE ENTERRADO VIVO
“¡Alabado sea el Señor! Alaben al Señor, porque el Señor es bueno” (Sal 135: 1-3).
El martes 12 de enero de 2010, un terremoto de 7.0 en la escala de Richter sacudió Puerto Príncipe, Haití, y causó el colapso de muchos edificios y la muerte de más de trescientas mil personas. Muchas de ellas fueron enterradas bajo los escombros. Al comienzo, los intentos de rescate fueron lentos, porque hubo que esperar a que llegaran al país expertos de otros lugares para ayudar. Comenzaron a desenterrar personas: algunas vivas y otras muertas. Para el tercer día, comenzó a desaparecer la esperanza. Era de conocimiento general que, sin agua ni comida, y a menudo con heridas, las personas comenzaban a morir bajo los escombros.
El séptimo día ocurrió un milagro. Desenterraron a un niño de ocho años ¡vivo! Miré por televisión el momento en que lo levantaban en el aire. Su rostro brillaba de felicidad, tenía una sonrisa de oreja a oreja, y sus manos estaban elevadas hacia el Cielo en adoración y agradecimiento a Dios. Para mí fue una escena conmovedora. Su actitud casi parecía más importante que su rescate milagroso. Me conmovió hasta las lágrimas, y me hizo pensar.
Este niño, que estaba enterrado a tanta profundidad que tardaron siete días en llegar hasta él, debió haber estado hambriento, sediento, débil y aterrado. ¡Sin dudas se preguntó dónde estaban todos! Siete días equivalen a una semana, que son 168 horas o 10.080 minutos; ese es el tiempo aproximado que estuvo allí abajo. ¿Entró en pánico? ¿Era consciente del día y de la noche? ¿Lloró? Si lo hizo, eso era aceptable. Pero al ser levantado y liberado, su rostro no mostró rastros de tortura o miedo. Él estaba eternamente agradecido de haber sido encontrado.
No pude evitar comparar al pequeño con muchos de nosotros. Nosotros también estamos enterrados bajo los escombros del pecado y del mal, causados por otro terremoto: las tentaciones de Satanás, que probablemente llegan a un grado de cien en la escala de Richter. A diferencia de ese niñito que no sabía si sería rescatado, nosotros sabemos que Jesús murió para rescatarnos. Y aun así, vamos por la vida malhumorados, quejosos y desagradecidos, lamentando nuestra pobre y desdichada suerte. No puedo evitar preguntarme cómo hace sentir eso a Dios.
Es mi esperanza que recordemos que un día nosotros también seremos levantados hacia la libertad eterna. Ojalá vivamos de tal forma que nuestros corazones estén preparados, y que nuestros rostros exhiban nuestra fe y gratitud a Dios, para que otros también sean atraídos a nuestro Señor y Salvador
JOYCE O’GARRO