CAMBIOS
“Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Cor. 13:12).
Recuerdo que cuando era niña, visitábamos a mi abuela en Moruga, Trinidad y Tobago. Solíamos ir en las vacaciones de agosto, cuando la escuela nos dejaba salir. Siempre anhelábamos esos días, porque significaban más espacio para correr, árboles para trepar, y todos los manjares que pudiéramos imaginar, desde helado casero hasta pasteles y pan de yuca. Sin embargo, las visitas a la abuela también tenían su lado negativo: ella nos ponía en fila india para tomar té de senna, un laxante que usaba para desparasitarnos. ¡Asco! Era la peor experiencia de mi vida. Su sabor y su aroma, a pesar de que ella agregaba leche para disimularlos, eran horribles.
Otra cosa que recuerdo eran las pinzas. La abuela me llamaba, por ser la mayor, para que le arrancara las canas del cabello (en esa época no existían los tintes), una tarea que podía tomar horas, ya que eran muchas.
Pasaron los años, y vi cómo mi abuela envejeció, enfermó y se fue al descanso. Ahora me miro al espejo, y veo canas que comienzan a salir en mi cabello. Veo mi cuerpo, y recuerdo cuando era delgada y ágil. Ahora, subir un tramo de las escaleras es una tortura para mis rodillas, y ya no tengo la cintura de antaño. Los años pasaron volando, trayendo consigo cambios que han sido bienvenidos, y otros no tanto; muerte y vida, pérdida y ganancia.
El último cambio que estoy deseando es el que traerá paz infinita y alegría sin fin. En este momento, los cambios que vienen a nuestro cuerpo son los de la vejez, la enfermedad y la muerte. Aunque nos ejercitemos y comamos bien, igual experimentaremos estos cambios, debido al pecado. La Biblia dice que ahora “vemos por espejo, oscuramente”. Nuestro entendimiento es limitado, y nuestra visión tenue. Pero un día conoceremos como somos conocidos; un día, nos miraremos al espejo y nos veremos exactamente como Dios nos ve. Un día, Cristo mismo nos llamará por nuestro nombre. Al caminar por las calles de oro y ver nuestro reflejo, ya no estará ese cuerpo que necesita ser “desparasitado”, ni tendremos las canas de la vejez. En su lugar, contemplaremos a nuestro alrededor túnicas blancas que cubren corazones llenos de virtud, y el brillo saludable de un cuerpo libre de pecado. Y, lo mejor de todo: podremos contemplar los ojos de nuestro Padre celestial. Oh, ¡qué cambio maravilloso será ese!
Greta Michelle Joachim-Fox-Dyett