EL JARDÍN DE MI MADRE
“Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno” (2 Cor. 4: 16-18).
“De hecho, sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas” (2 Cor. 5: 2).
Cuando trabaja en el jardín, parece jugar el alma de una niña. Sin embargo, ella ya no es una niña. Y aunque el Parkinson ha reclamado su cuerpo, su alma recuerda que ha nacido en un jardín. Y a través del Jardín del Getsemaní, todos volveremos al jardín preparado para nosotros.
Frutos del bosque, flores, eneldo y tomates; lentamente, quita las malezas que quieren mezclarse. Al cuidar de nuestro jardín espiritual, diariamente el Espíritu de Dios hace crecer la persona interior, aunque el exterior se vaya marchitando. De alguna forma, los problemas que llegan hoy lograrán gloria eterna. Ayer, hoy, todo lo que puedo ver y sentir es la frustración y la decepción de algo que salió mal. Sin embargo, estamos invitados a ver lo invisible, y a soportar. Es paradójico que lo que vemos, el presente, es temporario. A veces, parece que todo lo que existe es el presente, y que durará para siempre. Pero la experiencia tangible y muy real de los problemas de dinero y de relaciones, las garras de la enfermedad y del dolor de la muerte; todas las dolorosas llagas del pecado, tienen un límite de tiempo. Terminarán. Desaparecerán. El bien que todavía soporta se está por ver. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido” (1 Cor. 13: 12).
Mientras tanto, el Espíritu de Dios está ocupado haciendo crecer bellas frutas en nuestro jardín. Para hacer crecer frutas, el Espíritu también debe arrancar malezas. El Espíritu entiende si pegamos un gritito o lloramos, cuando arranca una raíz obstinada. El mismo Espíritu que trabaja activamente es un consuelo ante cualquier circunstancia que atravesemos. Nuestros desafíos no son demasiado grandes para Dios. Incluso si ahora es imperceptible, Dios está trabajando tenazmente con la intención de convertir estos problemas pasajeros en un jardín impresionante y hermoso, que durará para siempre. Por eso hoy, tengamos ánimo.
LISA M. BEARDSLEY-HARDY