LA FUENTE DE TODAS LAS LEYES
«¡Cuánto amo yo tu Ley! ¡Todo el día es ella mi meditación!». Salmo 119: 97
EN TODO LO CREADO se ve el sello de la Deidad. La naturaleza da testimonio de Dios. Cuando la mente sensible entra en contacto con el milagro y el misterio del universo, no puede dejar de reconocer la obra del Poder infinito. La fuerza productiva de la tierra y el movimiento que efectúa año tras año alrededor del sol, no se deben a una energía innata. Una mano invisible guía a los planetas en su recorrido por las órbitas celestes. Una misteriosa fuerza vital impregna toda la naturaleza, y ella sostiene los innumerables mundos que pueblan la inmensidad; alienta al minúsculo insecto que flota en la brisa veraniega; dirige el vuelo de la golondrina y alimenta a los pichones de cuervos que graznan; que hace florecer el capullo y convierte en fruto la flor.
El mismo poder que sostiene la naturaleza, ejerce su acción en el ser humano. Las mismas leyes que guían a la estrella y al átomo, rigen la vida humana. Las leyes que gobiernan la función del corazón para regular el impulso de la corriente de vida de nuestro cuerpo, son las leyes de la poderosa Inteligencia que tiene jurisdicción sobre el alma. De esa Inteligencia procede toda la vida. Únicamente en la armonía con Dios se puede hallar el verdadero ámbito de acción de la vida. La condición para todos los objetos de su creación es la misma: una vida sostenida por la vitalidad que se recibe de Dios, una vida que se encuentre en armonía con la voluntad del Creador. Quebrantar su ley, física, mental o moral, significa perder la armonía con el universo, introducir discordia, anarquía y ruina.
Toda la naturaleza se ilumina para aquel que aprende así a interpretar sus enseñanzas; el mundo es un libro de texto; la vida, una escuela. La vinculación del ser humano con la naturaleza y con Dios, el dominio universal de la ley, los resultados de la transgresión, no pueden dejar de impresionar la mente y modelar el carácter.
Estas son las lecciones que nuestros niños necesitan aprender. Para el niñito que aún no es capaz de captar lo que se enseña por medio de la página impresa o de ser iniciado en la rutina del aula, la naturaleza presenta una fuente inmejorable de instrucción y deleite. El corazón que no ha sido endurecido por el contacto con el mal, es perspicaz para reconocer la Presencia que penetra todo lo creado. El oído que no ha sido entorpecido por la algarabía del mundo, está atento a la Voz que habla por medio de las expresiones de la naturaleza.— La educación, cap. 10, pp. 89-90.