Viernes 05 de Mayo del 2017 – LA INVITACIÓN – Devoción matutina para la mujer

LA INVITACIÓN

“¡Sálvame, Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma!” (Sal. 69:1).

Estoy sentada en silencio, escuchando los sonidos de la madrugada. Son las 2:30 a.m. MI mente está llena de preocupaciones y miedos: el trabajo, los amigos que están enfermos, familiares, plazos, planificación escolar, mis alumnos… El peso de mis preocupaciones no me permite dormir. Mi corazón está pesado. Tomo la Biblia de mi mesita de noche y la abro en Marcos 14. El título del capítulo dice: “Jesús camina sobre el agua”. He leído esta historia muchas veces. En esta madrugada, el título me parece más Interesante que nunca. Leo la historia una vez, dos veces, y la tercera vez de pronto veo algo: la invitación.

La escena toma vida en mi mente: un lago turbulento, un bote pequeño en riesgo de ser lanzado a las aguas por el viento fuerte. Aferrado a un lado de la barca, Pedro reconoce la voz de Jesús a través de la tormenta. Aun así, él busca más pruebas: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”.

La respuesta le es enviada en forma de Invitación: “Ven”.

Puedo imaginar a Pedro saliendo ansiosamente del bote. El viento sopla, Pedro mira hacia adelante, centrando su vista en Jesús. “Ven”. Me pregunto cómo se sentía el agua bajo los pies. Me pregunto qué sintió al dar el primer paso. Me pregunto… Lo que sí sé es que Pedro comenzó a hundirse. Y conozco ese sentimiento.

“Ven”. La misma Invitación se me hace a mí. Pero los vientos de la duda, el estrés y las preocupaciones se estrellan contra mí como fuertes olas. A mi alrededor hay un océano tempestuoso: mi vida y sus preocupaciones cotidianas. Al igual que Pedro, las aguas turbulentas del miedo han entrado en mi alma. ¡Me estoy hundiendo!

A las 2:30 de la madrugada, aguas emocionales están ahogando mi alma y, como Pedro, clamo: “Sálvame, oh Dios”. Escucho mi voz, reconozco mi fragilidad humana, y siento la promesa del Espíritu Santo de que Jesús está extendiendo su mano hacia mí.

Padre celestial, gracias por la invitación “¡Ven!”, aunque dudas, preocupaciones diarias y problemas lleguen a las costas de nuestras vidas. Gracias por la bendita seguridad de que en cualquier tormenta, tú no vas a permitir que me hunda.

Dixil L. Rodríguez

Radio Adventista

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