“Confía en el Señor con todo tu corazón; no depende de tu propio entendimiento” (Prov. 3: 5, NTV).
Hace varios años, tomé un curso de escritura creativa en la Universidad de Hertfordshire, Inglaterra. Disfruté mucho de las clases, excepto por un pequeño detalle. Al profesor le gustaba preguntarnos, al empezar cada lección, qué tipo de historia íbamos a escribir y cómo iba a terminar. Yo nunca sabía qué decir; ¡Esos minutos me llenaban de frustración! ¿Cómo se supone que sepa cómo va a terminar una historia antes de escribirla? Una historia es como un río; se abre camino a medida que fluye. Como escribe Madeleine L’Engle en su libro Walking on Water[Caminar sobre el agua], hay una similitud entre escribir una historia y conocer a Jesús: “La novela que nos sentamos a escribir y la que terminamos escribiendo pueden ser muy diferentes; así como el Jesús que alcanzamos a entender y el que nos alcanza pueden ser diferentes también ”. Nuestra relación con Jesús es como un río; va creciendo y ganando caudal a medida que avanza.
Dios es mucho más grande de lo que imaginamos o podemos comprender. Seguirlo implica estar dispuestas a desaprender ideas erróneas y restrictivas, como sucedió con los discípulos en el camino a Emaús (Luc. 24: 13-35). ¡Si hay algo de lo que podemos estar seguras es que nuestra historia no lucirá como pensábamos! Jesús trasciende los conceptos teológicos con los que nos sentimos más cómodas, nuestras preferencias de estilo musical y aun nuestro sentido común. Si seguir a Jesús no te desafía intelectual, emocional y socialmente, algo está mal. O bien lo estás siguiendo desde la orilla, sin adentrarte en el misterio de su bondad; o bien estás siguiendo a otro, un mesías falso, un ídolo. Como escribe Anne Lamott en Pájaro a pájaro: “Puedes estar seguro de que has creado a Dios a tu propia imagen cuando resulta que Dios odia a las mismas personas que tú”. Si Dios está de acuerdo con todas tus opiniones, todo el tiempo, algo está muy mal.
Todavía me acuerdo de que, cuando estaba aprendiendo a nadar, mi mamá se paraba en la parte profunda de la pileta y me animaba a zambullirme. Ella se iba un poco más lejos cada vez, forzándome air más allá, hasta donde yo ya no hacía pie. En esta aventura de fe que es la vida, Dios nos llama desde lo profundo también. Nos invita a adentrarnos, obligándonos a depender completamente de su sabiduría y no de las puntas de nuestros pies. Dios promete estar siempre a nuestro lado. Si se lo permitimos, escribirá una historia mucho mejor de la que podríamos imaginar.
Señor, confío en ti de todo corazón y no en mi propio entendimiento. Hoy estoy dispuesta a adentrarme, a ir más lejos que ayer, porque sé que estás conmigo.