ETERNIDAD

Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, ya Jesucristo, ha quien has enviado. Juan 17:3.

El conocimiento de Dios y de Cristo es nuestro mayor privilegio. Entender los misterios de la vida hasta donde nuestro Hacedor nos lo permite es mejor que la obtención de todos los doctorados. El conocimiento de Dios y de Cristo era el estado natural del hombre. La imagen de Dios incluye la semejanza física. El halo de inocencia, el porte erguido y la mirada perspicaz, el andar gallardo y la sonrisa franca, hacían del hombre y la mujer dignos vástagos del Divino.

La semejanza de Dios incluye la semejanza intelectual. Si el estado de perfección de Dios es el progreso continuo, el hombre estaba destinado a un desarrollo infinito. Si después de seis milenios de degradación tenemos un promedio de 86 a 100 mil millones de neuronas, aún podemos aprender mucho del Maestro.

La imagen de Dios incluye la semejanza moral. El hombre estaba destinado a la piedad. Su carácter iba a ser glorioso. Cada hombre y cada mujer sería como Cristo en amor y virtud. Por eso, “el conocimiento de Dios y de Jesucristo, expresado en el carácter, es una exaltación por encima de cualquier otra cosa que se estime en el cielo o en la tierra. Es la educación suprema. Es la llave que abre los pórticos de la ciudad celestial. Es designio de Dios que posean este conocimiento todos los que se revisten del Señor Jesucristo” -MC 363.

Por eso, el conocimiento de Dios y de Cristo debe ser el objetivo de la existencia. Aun entre la bruma de la estolidez del pecado se pueden percibir los destellos de la sabiduría divina, y a ese objetivo deben dirigirse nuestros esfuerzos. El conocimiento de Dios y de Jesucristo es también la clave de la felicidad. El autor de la alegría, el optimismo y la realización plena anhela transmitirnos su gozo de vivir, y nos imparte su amor, la herramienta con la que labramos la felicidad. Busquemos cada día a Dios y a Jesús mediante la unción del Espíritu.