La compasión de Jesús también es para ti
«Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín e iban con él muchos de sus discípulos y una gran multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, que era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad» (Lucas 7: 11, 12).
EN EL PUEBLO DE NAÍN vivía una mujer que había quedado viuda muy joven y con un hijo que alimentar. Había luchado para criar a su único hijo, quien la asistiría en su vejez. Pero de pronto, él enfermó. Ella acudió a varios médicos sin obtener resultado alguno; finalmente, el joven murió y sus esperanzas se esfumaron. El hecho de que la Biblia mencione que ella era viuda nos muestra la condición y el dolor por el que esta mujer estaba pasando. Las mujeres en aquellos tiempos dependían del sostén de su esposo y, si él faltaba, del de su hijo mayor.
El pasaje bíblico menciona dos procesiones. Una salía de la ciudad de Naín. Se trataba del cortejo fúnebre del hijo de la viuda, que iba acompañada por una gran multitud de vecinos que la querían mucho y que la iban consolando. La otra procesión era la de Jesús, acompañado de sus seguidores, que estaban entrando en la ciudad. Cuando Jesús vio a la mujer llena de dolor y con angustia en su corazón, le pidió que no llorara, ya que existía esperanza para ella. Se acercó al féretro y expresó con autoridad y poder sanador: «Joven, a ti te digo, levántate» (Lucas 7: 14). El joven se levantó y comenzó a hablar. Jesús, entonces, lo entregó a su madre. Ella, con regocijo, alababa a Dios postrada en tierra, y decía: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros». La mujer había comprendido que Jesús era el representante de Dios en la tierra, al afirmar: «Dios ha visitado a su pueblo» (vers. 16).
Jesús tiene compasión por todos los que sufren alguna pena y, sin que se lo pidas, viene a ti, te toca y llena tu corazón de esperanza, salud y bienestar. Hoy, permítele tocar tu vida y cambiarla.