Por lo demás, hermanos, oren por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, tal como sucedió entre ustedes (2 Tesalonicenses 3: 1).
ESE PASTOR ERA ADMIRADO por muchos de sus colegas. Tenía un tremendo carisma personal y cada una de sus predicaciones cautivaba por completo a la hermandad adventista. Sus narraciones parecían introducir a cada oyente en la historia y al final de la predicación, los hermanos se agolpaban para saludarlo y escuchar de sus labios una palabra de bendición. Rápidamente llegó a la administración de un territorio y era reclamado por decenas de distritos que deseaban tenerlo como evangelista u orador en una semana de oración.
Después de 15 años de ministerio, este pastor conoció a una joven sumamente atractiva. Las malas relaciones con su esposa, sumado al estrés de la carga laboral, trajeron como consecuencia la infidelidad sexual. Toda la hermandad adventista sintió su pérdida. Por años, cantidad de personas permanecieron retiradas de la iglesia porque habían mirado a este hombre como guía espiritual para sus vidas. Cuando él se extravió, otros siguieron sus pasos.
¿Cómo es posible que una persona con tanta influencia cayera bajo las tentaciones del enemigo? ¿Cómo puede ser que un hombre de Dios, termine siendo una herramienta en las manos del diablo? «Satanás no tiene puesta su mira en los blancos más bajos y menos importantes, sino que tiende sus trampas mediante los que se alistan como sus agentes para seducir o atraer a los hombres para que se tomen libertades condenadas por la Ley de Dios. Es contra los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad, que enseñan las demandas de la Ley de Dios y cuyas bocas están llenas de argumentos para vindicar esa ley, que Satanás ha irrumpido. Sobre ellos descarga sus poderes y agencias infernales, y los derriba atacando sus puntos débiles de carácter, sabiendo que quien ofende en un punto es culpable de todo. De ese modo obtiene completo dominio sobre el ser entero» (Elena G. White, Testimonios acerca de la conducta sexual, adulterio y divorcio, p. 97).
El apóstol Pablo experimentó en sí mismo los ataques del enemigo para que la predicación de la Palabra no fuera efectiva, por esta razón, con un tono de súplica y ruego, les pidió a sus iglesias: «Oren por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada». Solo la autoridad de Cristo, reclamada a través de la oración, tiene poder para frenar las embestidas que el diablo da sobre los siervos de Dios. Y en tu caso, ¿mencionas a tu pastor en tus oraciones? ¿Intercedes por él para que el Espíritu Santo sostenga su ministerio? Créeme que todo pastor necesita de tu intercesión.