“El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria” (Proverbios 21:31).
Si hay un presidente de Estados Unidos reconocido y valorado, ese es Abraham Lincoln, quien asumió ese cargo el 4 de marzo de 1861. De esta manera, el nacido en Kentucky el 12 de febrero de 1809 se convirtió en el decimosexto primer mandatario del mencionado país.
Cristiano y conciliador, no solo abolió la esclavitud imperante en su época, sino también contribuyó a reconstruir, el país luego de la sangrienta guerra civil.
A priori, podrías pensar que la vida de Lincoln fue un éxito rotundo y que, como gran líder, su camino estuvo tachonado de victorias. Nada de eso.
Con tan solo siete años, tuvo que empezar a trabajar con el fin de aportar algo de dinero a su familia en bancarrota. Cuando tenía nueve años, su madre falleció. Luego de fracasar en varios negocios, “coronó” su introducción a la carrera política con un rotundo fracaso en la búsqueda de un lugar en la legislatura estatal, en 1832. Ocurrió lo mismo en 1833, con un agravante: ese año solicitó un préstamo para emprender un negocio (que también fracasó), y tardó ¡17 años en pagar la deuda!
Podrías pensar que, si en su vida laboral no le iba tan bien, eso era compensado por la familiar y afectiva. Tampoco. En 1835 se comprometió pero, ese mismo año, su novia murió. Con todo eso, no es de extrañar que en 1836 haya estado en cama por seis meses, debido a una crisis nerviosa.
Entre 1838 y 1858 perdió nominaciones y elecciones como candidato en los siguientes cargos: presidente de la Cámara Estatal, congresista federal, gobernador, senador y vicepresidente. Después de tantos fracasos, ¿qué habrías hecho tú? No lo sé. Sí sé lo que hizo Lincoln; se presentó como candidato a presidente, ¡y ganó las elecciones del 6 de noviembre de 1860!
La vida no es fácil. Nadie dice que lo sea. Tal vez, al mirar hacia atrás, tu historia esté llena de sueños truncos. Tal vez, al recorrer tus vivencias, notas que eres un experto en el “arte de coleccionar fracasos”. Cuando te sientas así, recuerda que la vida tampoco fue generosa con Lincoln; y que esto no es impedimento alguno para triunfar en cualquier aspecto.
Hoy puede ser un día histórico. Corre tras tus sueños. Persigue tus metas. Nunca te rindas. No estás solo; en Cristo tienes todo el poder.
“El que sirve bajo el estandarte manchado de sangre de Emmanuel, tiene una tarea que requerirá esfuerzo heroico y paciente perseverancia” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 298). PA