Levántate y resplandece
«¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti! Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su gloria» (Isaías 60: 1, 2).
LO PRIMERO que hizo Dios en la creación fue crear la luz, que es indispensable para la vida. David el Salmista dijo: «Jehová es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré?» (Salmos 27: 1). La luz del candelero que estaba en el lugar santo del Santuario terrenal no debía apagarse ni de día ni de noche. Representaba la presencia permanente de Dios en el santuario. Jesús enseñó que la luz de una lámpara debía alumbrar a todos los que están en la casa. La luz también se utiliza para buscar a los perdidos, y para recibir al esposo.
Los griegos usaban una antorcha para inaugurar y clausurar sus juegos Olímpicos. La iglesia la ha usado en algunas ocasiones para simbolizar la era de los jóvenes y su fuerza. Las enfermeras usan una lámpara para representar su disposición al servicio por las necesidades humanas, y su amor por los enfermos.
Así como el aceite de oliva mantenía encendida la lámpara del Santuario (Levítico 27: 20), lo que mantiene a un creyente con el fuego de Dios es la presencia del Espíritu Santo en su corazón. El aceite hace que la lámpara se mantenga encendida a pesar de la lluvia o de estar a la intemperie.
Juan el Bautista llegó a ser un portador de luz, porque bebió de la fuente que es Dios. Él ardía y alumbraba a los demás. Usó la luz recibida de Dios. Su testimonio fue una luz en las tinieblas.
Debemos ver la belleza, la luz de la Palabra de Dios por nosotros mismos y encender nuestro candil en el altar divino para que podamos ir al mundo manteniendo en alto la Palabra de vida como una lámpara brillante y resplandeciente (E. G. White, A fin de conocerle, pág. 173),
Hoy, pidamos a Dios que encienda nuestra lámpara, y que nos ayude a iluminar el camino de los demás.