TEORÍAS PELIGROSAS
«Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan». Salmo 86: 5
HOY DÍA se están introduciendo en las escuelas y en las iglesias doctrinas espiritualistas que minan la fe en Dios y en su Palabra. Muchos de los que profesan creer en las Escrituras aceptan la teoría que sostiene que Dios es una esencia que compenetra toda la naturaleza; pero, por muy ataviada que vaya esta teoría, es un engaño muy peligroso. Da una falsa idea de Dios y agravia su grandeza y majestad. Lo seguro es que no tiende tan solo a extraviar, sino a corromper a los seres humanos. Las tinieblas son su habitación y la sensualidad, su ambiente. Su aceptación aparta de Dios. Y para la naturaleza humana caída esto equivale a la ruina.
La condición en la que el pecado nos ha colocado es antinatural, y el poder que nos restaure debe ser sobrenatural, o no tiene valor alguno. No hay poder que pueda quebrantar el yugo del mal y libertar a los corazones de los seres humanos, sino el poder de Dios en Jesucristo. Solo mediante la sangre del Crucificado hay purificación del pecado. Solamente la gracia de Cristo puede habilitarnos para resistir y dominar las inclinaciones de nuestra naturaleza caída. Las teorías espiritualistas respecto de Dios anulan la gracia divina. Si Dios es una esencia que compenetra toda la naturaleza, entonces mora en todos; y para llegar a la santidad, el ser humano no tiene más que desarrollar el poder que está en él mismo.
Estas teorías, llevadas hasta su conclusión lógica, socavan la experiencia cristiana. Desechan la necesidad de la expiación, y hacen del ser humano su propio salvador. Estas teorías acerca de Dios dejan sin efecto la Palabra divina, y quienes las aceptan corren grave peligro de ser inducidos finalmente a considerar la Biblia como una ficción. Aunque consideren la virtud superior al vicio, pero al desalojar a Dios de su verdadero puesto de soberanía, han colocado su confianza en el poder humano, que, sin Dios, no tiene valor alguno. Dejada a sí misma, nuestra voluntad no tiene verdadero poder para resistir y vencer el mal. Las defensas del alma quedan destruidas. El ser humano carece de valla protectora contra el pecado. Desechadas las restricciones de la Palabra de Dios y de su Espíritu, ya no sabemos en qué abismos podemos hundirnos. […]
La revelación que de sí mismo dejó Dios en su Palabra es para nuestro estudio, y podemos procurar entenderla. Pero más allá de ella no debemos penetrar.— El ministerio de curación, cap. 36, pp. 302-303.