LA CASA
“Reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas tus veredas” (Prov. 3:6).
Nos sentíamos muy bendecidos de vivir en una encantadora casita tipo rancho. Estaba al final de una calle sin salida, donde los niños podían montar en bicicleta. Sus amigos vivían al otro lado de la calle; buena gente que iba a la iglesia con nosotros y compartía los mismos valores. Hasta que todo cambió.
Debido a ciertos cambios políticos, las casas se convertirían en hogares para niños con problemas. Las maravillosas personas que vivían al otro lado de la calle vendieron su casa y se convirtió en un hogar para chicas con problemas. Aunque se suponía que las chicas debían permanecer en la propiedad, a veces caminaban hasta nuestra casa y hablaban con nuestros hijos. Yo estaba preocupada, así que, oré a Dios: “Señor, ¿qué debemos hacer?” Esos encuentros podrían repercutir negativamente en la educación de nuestros niños.
Decidimos mudarnos, pero ¿dónde? ¿Debíamos construir una casa o comprarla? Finalmente alquilamos un apartamento, y empezamos a buscar un terreno en el cual construir. Mirábamos los anuncios del periódico, telefoneábamos a las agencias inmobiliarias y seguíamos las pistas que amigos, y amigos de amigos, nos daban, pero no encontrábamos nada. Meses después, le dije a mi esposo: “¡Se acabó! He guardado todos los anuncios y todas las tarjetas de las inmobiliarias. A partir de ahora, dejo esta situación en manos de Dios”. Mi esposo se mostró dubitativo ante mi decisión.
Semanas más tarde, una conocida de la iglesia me dijo:
-He escuchado que están buscando un terreno. Si no han encontrado, quizá podamos ayudarnos mutuamente.
-Seguimos buscando-respondí- El problema es que o los precios son demasiado altos o los terrenos están demasiado lejos.
La mujer nos invitó a su casa al día siguiente y nos sentamos a hablar. Cuando la conversación finalizó, ¡habíamos comprado una parcela de dos hectáreas a solo cinco minutos de la iglesia y de la escuela! ¡Estábamos eufóricos! Ahora podríamos construir nuestra nueva casa.
Aprendí que cuando dejamos de intentar resolver los problemas a nuestra manera y dejamos todo en manos de Dios, él nos guía a las circunstancias adecuadas que resolverán nuestro trastorno. Hoy, en todos nuestros caminos, reconozcámoslo.
Marge Vande He¡