MOMENTOS DORADOS
«A ti, Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío». Salmo 25: 1-2
ADA DÍA, varias veces, se deberían consagrar unos minutos dorados y valiosos para la oración y el estudio de las Escrituras; aunque sea solo memorizar un texto, para que en el alma haya vida espiritual. Las muchas facetas de la obra nos proporcionan temas para reflexionar e inspirar nuestras oraciones. La comunión con Dios es esencial para la salud espiritual y es la única vía por la que podemos adquirir la sabiduría y el correcto juicio tan necesarios en el desempeño de nuestros deberes.
Algunos, temiendo sufrir la pérdida de tesoros terrenales, descuidan la oración y las reuniones de adoración a Dios, para tener más tiempo que dedicar a sus granjas o a sus negocios. Muestran por sus obras cuál es el mundo que estiman más. Sacrifican los privilegios religiosos, esenciales para su desarrollo espiritual, por las cosas de esta vida, y no obtienen el conocimiento de la voluntad divina. No logran perfeccionar el carácter cristiano ni satisfacen las expectativas divinas. Ponen sus intereses temporales y mundanales en primer lugar, y le roban a Dios el tiempo que debieran dedicarle a su servicio. Dios observa a esas personas, y recibirán una maldición en lugar de una bendición. […]
No llevemos nuestras penas y dificultades a ningún ser humano; llevémoslas a Aquel que es capaz de dar «abundantemente». Él sabe cómo ayudar. No cambiemos al amante y compasivo Redentor por amigos humanos que, aunque tengan las mejores intenciones de ayudar, pueden conducir por caminos equivocados. Llevemos todas nuestras cargas a Jesús. Él nos recibirá, fortalecerá y consolará. Él es el gran sanador de toda dolencia. Su gran corazón lleno de infinito amor suspira por nosotros. Su mensaje es que podemos librarnos de las trampas del enemigo. Podemos recuperar nuestra estima propia y mantenernos en el lugar correcto, no como fracasados, sino como vencedores mediante la influencia elevadora del Espíritu de Dios.
Es tan esencial y conveniente para nosotros orar tres veces al día, como lo fue para Daniel. La oración es el aliento del alma; la base del crecimiento espiritual. Y podemos dar testimonio de esta verdad en nuestro hogar, ante nuestra familia y ante todas las personas con las que nos relacionamos. Y cuando nos encontremos con nuestros hermanos en la iglesia, hablémosles de la necesidad de mantener abierto el canal de comunicación entre Dios y el alma.— Hijas de Dios, cap. 4, pp. 78-80.