LAS HEBRAS DORADAS DEL AMOR
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
A menudo, como cristianos, nos enfocamos en las cosas de la vida que nos separan y nos hacen diferentes, en lugar de fijarnos en las similitudes que compartimos y los atributos que nos hacen uno en Cristo. La vida de la tía Dolly ejemplifica el verdadero cristianismo. Ella da generosamente de sí misma, de su tiempo, sus talentos y sus recursos financieros, tanto a los que más lo necesitan como a los no tan necesitados. Los destinatarios, a menudo, no tienen ninguna conexión religiosa o familiar con ella. La tía Dolly lleva una vida de oración y de agradecimiento constantes, incluso ante las pruebas que enfrenta. Mi familia y yo fuimos testigos de esto en un viaje que hicimos recientemente a Jamaica, durante el cual fuimos sus huéspedes por un período extenso de tiempo.
Su vida no es sencilla. Poco después de que mis tíos se jubilaron y volvieron a su tierra, el tío Herman sufrió un derrame cerebral severo, que afectó gravemente sus habilidades lingüísticas y motoras. Los conocimientos profesionales de enfermería de la tía Dolly son un don incalculable para poder cuidarlo. Sin embargo, su devoción por su cuidarlo le deja muy poco tiempo para sí misma. La imposibilidad de que él viaje hace que ella tampoco pueda viajar. Pero, a pesar de esta aparente dificultad, ella atiende a mi tío con alabanza y agradecimiento a Dios por su maravilloso cuidado.
Aunque mi tía y yo no compartimos las mismas creencias religiosas, hemos desarrollado un vínculo profundo a través de creencias cristianas que sí compartimos y que están unidas por las hebras doradas del amor. Las semejanzas que compartimos incluyen una fe profunda en Cristo como nuestro Señor y Salvador. También, ambas creemos que la oración es nuestro único medio de comunicación con Dios, a través de Jesucristo, por quien tenemos vida eterna.
Al reflexionar sobre nuestra visita a la colina en Bahía Montego, y las devociones y meditaciones que compartimos, debo concluir que las cosas que nos unen como cristianas son mucho más fuertes que las que nos separan. Hoy, luchemos por encontrar en los demás esas hebras comunes que nos hacen mujeres cristianas únicas, y evitemos las diferencias, que solo traerán discordia y nos separarán. Jesús dijo a sus discípulos: “Tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas. Así ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10: 16).
AVIS MAE RODNEY