CRÓNICAS DE UN FRACASADO
“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:11).
Cuando la vida te parezca injusta, cuando, ingrato, protestes por tu destino, cuando sufras consecuencias por ser fiel a Dios en todas las cosas, y cosechas culpas que no sembraste. Cuando te preguntes “¿Por qué?” y ese interrogante no sea un mero cuestionamiento intelectual, sino un desgarrado grito de angustia. Cuando, incluso siendo un joven religioso, alguna situación extrema de desastre te lleve hasta a comenzar a dudar de Dios, entonces, lee sobre la vida de Juan el Bautista. Te aseguro que tendrás un día histórico.
Según el santoral católico, un día como hoy nació Juan el Bautista. Desde luego, no tenemos la precisión exacta de esta fecha, pero bien vale esta referencia ajena para llevarnos a meditar sobre la vida de un “perdedor” como pocos: Juan el Bautista.
Hijo de Zacarías y de Elisabeth, tuvo un nacimiento milagroso y su misión quedó determinada. Según Lucas 1:15 al 17:
• Sería lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.
• Haría que muchos de ellos se convirtieran a Dios.
• Iría adelante del Mesías prometido con el espíritu y el poder de Elías.
Juan se preparó en el desierto, y predicó allí sobre el bautismo para arrepentimiento. Reconoció en Jesús al Cordero que quita el pecado del mundo (Juan 1:29), y tuvo el privilegio de bautizarlo. Y cuando le preguntaban por Jesús, respondía: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).
El final de su vida fue ingrato y triste. En medio de una fiesta pagana, el capricho asesino de Herodías fue complacido por el lascivo rey Herodes: la cabeza de Juan el Bautista en un plato. Todo, porque este gran hombre de Dios había denunciado, como corresponde, el pecado de Herodes, quien había tomado a Herodías, la mujer de su hermano Felipe, por mujer.
Al parecer, el final de Juan fue nefasto. No obstante, él cumplió con su misión. Y Jesús dijo de él que fue el mayor profeta levantado entre los hombres.
Esto dice Elena de White de él: “Miraba al Rey en su hermosura, y se olvidaba de sí mismo. Contemplaba la majestad de la santidad, y se sentía deficiente e indigno. Estaba listo para salir como el mensajero del cielo, sin temor de lo humano, porque había mirado al Divino. Podía estar de pie y sin temor en presencia de los monarcas terrenales, porque se había postrado delante del Rey de reyes” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p.78).