Sabado 23 de Diciembre del 2017 – NOS HA NACIDO UN NIÑO – Devoción matutina para la mujer

NOS HA NACIDO UN NIÑO

“Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí” (1 Sam. 1:27).

Septiembre. El mes de los zafiros y las nomeolvides; y del nacimiento de mi primer hijo. Ningún bebé fue anticipado con más gozo. Por supuesto, no sabía que el bebé era “él”. En 1968 no había ecografías. En cada visita, escuchaba con atención cada palabra que decía el médico, ansiosa por cualquier detalle sobre este milagro que se desarrollaba y que me hacía querer cantar y reír, ¡correr por las calles y gritar! Lavé ropita pequeña y la colgué bajo el sol para que se secara. Entonces, doblé y guardé las prendas en la cajonera blanca con cuatro cajones, hecha a mano por un amigo y decorada con calcomanías de ositos de peluche Mi bebé debía llegar el 21 de septiembre, pero no fue así.

Aunque había sido una “deducción bien fundamentada”, estaba decepcionada. Me aboqué a un torbellino de actividades de la iglesia y sociales, llenando los días. Entonces, el miércoles siguiente por la tardecita, se volvió evidente que algo iba a pasar. El médico dijo que debía ir al hospital a la mañana siguiente, temprano. ¿A la mañana siguiente? ¡No podía creerlo! Sí, había estado esperando nueve meses, y mi maleta estaba empacada… ¡Pero miren la casa! Había que lavar el piso de la cocina, limpiar los baños… ¡Más me valía hacer pan! (aunque me olvidé de ponerle sal).

Sin querer, dejé caer un frasco de conservas y regué líquido pegajoso por todo el piso. Tuve que volver a lavarlo de rodillas, limpiando debajo del refrigerador y alrededor de las sillas de la cocina, con mi enorme panza. En el hospital, me llevaron a una sala llena de mujeres en diferentes etapas del parto. En aquellos días, no existían salas especiales de parto. Susurrando mi letanía mágica: “Las mujeres llevan haciendo esto desde Eva”, y tomando la baranda de mi camilla con tanta fuerza que mis nudillos estaban blancos, pasé las siguientes seis horas. Y entonces nació.

Tranquilo, con los ojos muy abiertos, volviendo su cabeza hacia los lados para observar aquel nuevo lugar. Impresionantemente hermoso y perfecto, yacía sobre mi corazón. El gozo de Sara, Ana y María, me abrumó. Quería cantar y reír, correr por las calles y gritar.

Jeanette Busby  Johnson

Radio Adventista

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