¿Y cómo no tuviste temor de matar al ungido del SEÑOR?”, le preguntó David. 2 Samuel 1:14, NTV.
El segundo libro de Samuel inicia con la muerte de Saúl, que era también la muerte de un ideal. ¿Se darían cuenta los israelitas de que tener un rey no resolvía sus dificultades? Mientras tanto, David siguió prófugo en una ciudad filistea, Siclag, cuando se enteró de la noticia.
La Biblia describe la actitud, la malicia y el fin del joven mensajero que dio a David la noticia de la muerte de Saúl. Era una amalecita (vers. 13), se había mudado a Israel e ingresó en el ejército de Saúl (vers. 3). Al confesar que había matado al rey, estaba confesando su traición. Su actitud de aparente reverencia ante David deja entrever su avaricia por una recompensa. La mentira es alcanzada por la verdad. Este joven había encontrado a Saúl ya muerto, y se había llevado la corona antes que los filisteos la hallasen (1 Samuel 31:8).
El fin del mentiroso, del traidor y del avaro es parecido: siempre sera el desastre. Quiso engañar a David para ganar un favor del futuro rey, pero desconocía su carácter compasivo y justo. Si David lo hubiera recompensado, se hubiera hecho cómplice de su delito. Por el contrario, posiblemente la muerte de aquel mensajero amalecita. La mentira arrastra a la ruina.
¿Por qué David se entristeció cuando se enteró de la muerte de su perseguidor? Porque sabía que Saúl había sido ungido por Dios como rey, y solo Dios podía removerlo de su oficio. Juzgar la vida y el carácter del rey era una obra divina que no le competía a David. Dios quita y pone reyes, y nos corresponde respetarlos (Romanos 13:1-7).
¿Cuál es tu actitud hacia tus enemigos? ¿Te alegras cuando sufren o mueren? Requiere tiempo y madurez ver el lado noble de quienes nos desean el mal y nos persiguen. Ignora el mal y respeta a los que se consideran tus enemigos. Es el resultado del amor transformador de Dios.
Decide no devolver mal por mal (ver 1 Pedro 3:9), y lograrás que “los esfuerzos del enemigo fracasen, en lo que os atañe. Entonces el Señor se acercará a vosotros y os dará una rica medida de amor, paz y gozo , tan profunda y plena que aun en medio de la prueba de vuestra fe podréis dar triunfante testimonio de la verdad, de la palabra, de la promesa. Tendréis un sentimiento de la presencia divina” (ELC, p. 178).