RECORDATORIO DEL NIDO VACÍO
“¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, pero no quisiste!” (Luc. 13:34).
Desde que soy madre, Dios ha enriquecido mi vida con un entendimiento único de su amor por mí. Hoy, una vez más, me ha permitido experimentar una gran lección espiritual. Había intentado hablar con mi hija durante toda la semana. Estaba impaciente por saberlo todo de su nueva vida en la universidad. Durante un mes, había experimentado el “síndrome del nido vacío”. Le había enviado correos electrónicos, pero no había recibido respuesta. La había llamado, pero no estaba en la habitación. Incluso, invertí una gran cantidad de dinero en un regalo que le envié por correo, pero ni siquiera ese gesto de amor evocó respuesta alguna en ella.
Ahora iba a ser diferente; o eso esperaba yo. Puesto que era domingo, no estaría en clases, así que, pensé que podríamos hablar un rato; seguro que tenía un montón de novedades que compartir conmigo. Estaba equivocada. Marqué su número, ¡y contestó! Después de hablar veinte minutos, justo cuando empezábamos a entablar una buena conversación, me dijo: “Mamá, tengo que irme. Estoy ocupada con muchas cosas”. Nos despedimos, y nos deseamos la una a la otra una buena semana. Pero no puedo explicar cuál fue mi decepción. Por supuesto, no podía forzarla a hablar conmigo. Hablar o no hablar era su decisión.
Con tristeza, recordé con cuánta intensidad mi Padre celestial desea que hable con él y, tal vez, yo no dediqué tiempo a conversar con él en oración. ¿Por qué no dedicar tiempo a hablar con un Padre que ha cubierto nuestras necesidades de comida, ropa, familia, amigos, casa, promesas… ¡de todo!? A menudo pronunciamos a toda velocidad unas pocas palabras, antes de terminar con un rápido “Amén”. Su corazón debe sentir dolor, teniendo en cuenta lo poco que cuidamos esta relación; aunque él permanece siempre atento, esperando hasta la siguiente vez que sintamos la necesidad de hablar con él. En su amor, nos da tiempo y espacio a fin de que entendamos cuánto lo necesitamos.
Después de colgar el teléfono, me eché a llorar sin límites. Pero también tuve una conversación íntima con mi paciente Padre celestial, en la cual le pedí perdón por romper su corazón cuando no estoy “disponible”.
Eliane Ester Stegmiller Paroschi