EL VIENTO HELADO DEL FORMALISMO
“Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:5).
El formalismo religioso es uno de los vientos de doctrina que ha soplado con fuerza sobre la iglesia. Sus efectos disminuyen la vitalidad, la alegría y la espontaneidad cristiana. Esta corriente fría de aire espiritual va congelando nuestra esencia y valora solo una apariencia.
Debemos decir “No” al “viento helado del formalismo”. Ha cerrado la puerta del frente y abierto la puerta del fondo de la iglesia. Empobrece la misión y aumenta la frustración. Todo se hace muy frío y formal, sin vida, sin sentimientos, sin cariño, sin perdón, sin amor ni aceptación. En esa corriente, los rituales asumen el protagonismo, mientras que las personas quedan en un segundo plano.
Las iglesias paralizadas y congeladas por el “viento helado del formalismo” pierden la sensibilidad espiritual. Las personas mantienen su religión por una cuestión familiar, de tradición, de hábito o por comodidad. No se ven nuevos sueños, planes ni proyectos. No hay osadía; tampoco innovación ni pasión por la misión. Iglesias así sobreviven, pero dejan de crecer. Como expresa Pablo, “[tienen] apariencia de piedad, pero [niegan] la eficacia de ella” (2 Tim. 3:5).
Estas iglesias creen que si alteran sus rutinas se apartarán de los antiguos caminos. Se apegan a las costumbres y dejan de lado los principios. Están más preocupadas en no cambiar lo que los pioneros hacían que en encontrar alternativas bíblicas para comunicarse e influir sobre la generación del siglo XXI. Es obvio que no podemos sacrificar nuestro estilo de vida ni dejar de ser bíblicos. Pero necesitamos encontrar caminos eficaces para representar mejor el carácter de Cristo y comunicar el evangelio a las personas. Jesús no vino al mundo para preservar rituales, sino para “buscar y salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).
Cuando nos entregamos a Jesús, el formalismo pierde su lugar. Nuestras ceremonias se hacen vivas, nuestras relaciones pasan a ser auténticas y nuestro mensaje gana fuerza y profundidad. Al mismo tiempo, el Señor destruye la frialdad, que frecuentemente lleva a falta de aceptación, crítica, intolerancia, división y fanatismo.
En iglesias sumisas a la Palabra de Dios es diferente. “El viento helado del formalismo” cesa de soplar, el Espíritu Santo está activo y ocurre la transformación. Las personas son fieles y lo demuestran viviendo en amor y estando comprometidas en la predicación del evangelio. Huye de la frialdad del formalismo y mantén siempre el equilibrio entre la profundidad en la Palabra y la intensidad en el amor.