ORACIONES INSPIRADAS POR DIOS
«Muéstrame, Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas». Salmo 25: 4
CUANDO ALCANZAMOS un nivel elevado de experiencia espiritual no hemos de quedarnos de brazos cruzados, conformes con lo que hemos logrado. Cuando nos proponemos con determinación entrar en el reino espiritual encontraremos que todos los poderes y las pasiones de la naturaleza carnal, respaldadas por las fuerzas del reino de las tinieblas, están preparadas para atacarnos. Por tanto cada día hemos de renovar nuestra consagración, cada día hemos de batallar contra el pecado. Los hábitos antiguos, las tendencias hereditarias hacia el mal, se disputarán el dominio, y contra ellos hemos de velar, apoyándonos en el poder de Cristo para obtener la victoria. […]
Hemos de renunciar a todo lo que pueda impedirnos realizar progresos en el camino ascendente, o quiera hacer volver los pies de otros del camino angosto. Hemos de manifestar misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, tolerancia y el amor de Cristo en nuestras vidas diarias.
Necesitamos el poder de una vida más elevada, pura y noble. El mundo abarca demasiado de nuestros pensamientos, y el reino de los cielos demasiado poco.
No hemos de desesperarnos en nuestros esfuerzos por alcanzar el ideal de Dios. A todos se nos promete la perfección moral y espiritual por la gracia y el poder de Cristo. Él es el origen del poder, la fuente de la vida. Nos lleva a su Palabra, y del árbol de la vida nos presenta hojas para la sanidad de las almas enfermas de pecado. Nos guía hacia el trono de Dios, y coloca en nuestros labios una oración que nos pone en estrecha comunión con él. Cristo coloca a nuestra disposición los agentes todopoderosos del cielo. A cada paso sentimos su poder viviente.
Dios no fija límites al avance de aquellos que desean ser «llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col. 1: 9). Por la oración, la vigilancia y el desarrollo en el conocimiento y comprensión, son «fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria» (vers. 11). Así recibimos la preparación necesaria para trabajar en favor de los demás. Es el propósito del Salvador que los seres humanos, purificados y santificados, seamos sus ayudadores. Demos gracias por este gran privilegio a Aquel «que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz. Él nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo (vers. 12-13)».— Los hechos de los apóstoles, cap. 45, pp. 354-355.