EN SU JUSTA MEDIDA
«Entonces dijo a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”» (Mateo 9:37-38).
Mucho se ha dicho en relación a la necesidad de trabajar para Dios a través del servicio al prójimo. El campo de labor es vasto, la obra es amplísima y las posibilidades de trabajo son seguras e infinitas. Mientras existan pobres, necesitados, enfermos, dolientes o desesperanzados no se puede decir que el trabajo haya concluido. Sin embargo, a pesar de las innumerables actividades, todos necesitamos dejar un tiempo para reponer las fuerzas y descansar. Es cierto que los beneficios del voluntariado sobre la salud física y mental son contundentes, sin embargo, esta relación tiene también sus limitaciones, pues no rinde más el que más trabaja, sino el que alterna sus horas con descanso físico y mental.
Un grupo de investigadores australianos coordinado por Timothy Windsor, examinó a más de dos mil jubilados de entre sesenta y cuatro y sesenta y ocho años de edad que practicaban habitualmente actividades de voluntariado. En su estudio, observaron particularmente que existe una cantidad recomendable de horas dedicadas al servicio que se asocia con un nivel óptimo de bienestar. Este nivel ideal, es alcanzado por aquellos que dedican entre tres y quince horas semanales a las actividades de servicio. Mientras que aquellos que dedican menos de dos horas no perciben beneficios. Y quienes dedican más de quince horas semanales al servicio voluntario muestran un descenso del estado de ánimo positivo y de la satisfacción de vivir, sin considerar el notorio desgaste físico implicado.
El exceso de trabajo, lejos de ayudar, disminuye la eficacia en el servicio. Para rendir mejor, por lo tanto, deben tomarse ciertas medidas preventivas. Uno de los mejores medios para restaurar el cuerpo y la mente consiste en hacer pausas para descansar, tener límites para el trabajo, respetar los descansos diarios y semanales.
El mismo Jesús, que dedicó su vida para hacer el bien a los demás, interrumpía sus actividades para descansar y buscar comunión con su Padre (Marcos 6: 45-47). Especialmente enseñó a guardar el día de reposo semanal, tal como se describe en el corazón de los Diez Mandamientos: «Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna…» (Éxodo 20:8-10).
Jesús no exigió a sus discípulos que trabajaran sin descanso, sino que les mando: «Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (El ministerio de curación, pág. 36). Recuerda que el método de Cristo posibilita un óptimo desempeño en el servicio.