UN VIAJE MISIONERO A CHILE
“Corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Heb. 12: 1)
Comenzó como un sueño, un sueño despierto: el día en que haría un viaje misionero. Era un deseo imposible, por muchas razones; y por eso, por muchos años me contenté con enseñar en la escuela primaria de la iglesia, sabiendo que ese también era un campo misionero. Grupo tras grupo pasó por mis clases, y siempre oré a fin de poder hacer una diferencia en sus vidas para que, de alguna manera, mi influencia los guiara al pie de la cruz. A medida que pasaban los años, muchos ex alumnos me contaban cómo estaban sirviendo a Señor y me embargaba un sentimiento de logro. Sin embargo, eso no llenaba mi necesidad y deseo de hacer un viaje misionero yo misma.
Años después, mirando un canal de televisión cristiano, vi las historias de personas que hacían trabajo misionero con un grupo llamado Maranatha, y volvieron mis esperanzas de realizar yo también un viaje misionero.
Transcurrido un tiempo, me enteré de un viaje misionero a la Rep. de Chile; mis pensamientos y esperanza no cesaban, así que entregué el asunto a Dios. Le dije: “Dios, estoy dispuesta a trabajar cada día para ganar el dinero necesario para hacer un viaje misionero”. Trabajé como profesora suplente por varios meses y, cada día, soñaba con el momento en que iría en Chile.
Entonces, llegó la decepción más grande de mi vida: se canceló ese viaje misionero. Me guardé la tristeza y puse una sonrisa en mi rostro; pero pregunté a Dios: “¿Por qué?” No recibí respuesta… Alguien me sugirió que usara el dinero ahorrado para el viaje misionero en otra cosa, pero me negué a gastarlo. No sabía por qué habían cambiado las cosas, pero he aprendido que, a veces, Dios tiene planes aún mejores.
La llamada telefónica llegó a finales del año 2008.
-Mamá, ¿todavía quieres ir a Chile?
–¡Sí!
-Bueno, nuestra iglesia va a ir, y hay lugar para ti si quieres acompañarnos.
De repente entendí el plan de Dios. No solo haría un viaje misionero, sino también iría con mi hijo. ¡Una verdadera doble bendición!
Ya volví a Casa, y la experiencia fue todo lo que esperaba y mucho más. A menudo pienso en los nuevos amigos que hice, en la oportunidad de escuchar a mi hijo predicar en una serie de evangelización, y en las lágrimas de gozo en los rostros de las personas que apreciaron los esfuerzos que hicimos por ellos. Dios realmente tiene planes maravillosos para cada uno de nosotros.
PATRICIA COVE