FE
Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Juan 20:27.
Todos los que escuchaban la buena nueva creían, pero Tomás no. Cuando el Salvador fue al aposento alto, él no estaba presente, y al ser informado del milagro, no quiso creer (Juan 20:24, 25).
El escepticismo era la tendencia de Tomás. Cuando el Maestro les dijo a los discípulos que iría a la casa del Padre y que ellos ya sabían el camino, Tomás replicó: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5). Pero Tomás amaba al Maestro. Cuando les avisó que iban a ir a Judea, “le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?” (Juan 11:8). Pero Tomás dijo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él” (vers. 16).
Esta vez Tomás desafió el testimonio de sus hermanos y la profecía de su Maestro, quien había anunciado su muerte y su resurrección (Mat. 16:21), y declaró: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Amaba a su Señor, pero permitía que los celos y la incredulidad lo dominaran.
Una noche, Tomás resolvió reunirse con los demás, y “llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros” (vers. 26). Volviéndose hacia Tomás dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (vers. 27). Estas palabras demostraban que él conocía los pensamientos y las palabras de Tomás. Acosado por la duda, Tomás sabía que ninguno de sus compañeros había visto a Jesús desde hacía una semana. No podían haber hablado de su incredulidad al Maestro. Reconoció como su Señor al que tenía delante de sí. No deseaba otra prueba, y se echó a los pies de Jesús clamando: “Señor mío, ¡y Dios mío!” (vers. 28). Jesús aceptó este reconocimiento, pero reprendió suavemente su incredulidad: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (vers. 29) —basado en DTG 747,748.
Hoy, como entonces, Cristo se acerca a cada Tomás de nuestro tiempo y le dice: “Cree y vive”. Cree tú, y recibe la vida eterna.