«Nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae de lo alto el sol de un nuevo día, para dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad, y dirigir nuestros pasos por el camino de la paz» (Luc. 1:78-79).
«Quiero decirles a los talibanes que la verdadera lucha es la que se libra a través de la cultura y las palabras. Yo estoy luchando por mis derechos y los de las niñas de mi país»; estas fueron palabras de Malala Yousafzai, la joven pakistaní que sufrió un atentado cuando tenía quince años por el «delito» de ir a la escuela. Su escarpado camino inició cuando los talibanes ocuparon la región donde ella vivía y anunciaron que quedaba prohibido a las mujeres recibir educación formal. Con el apoyo de su padre, Malala decidió continuar educándose. Por esa razón recibió varios impactos de bala cuando viajaba en su asiento del autobús escolar. Su activismo a favor de las mujeres le valió ser condecorada con el Premio Nobel de la Paz.
Qué irónico que, buscando la paz, una reciba violencia; que, luchando por los derechos de todos, se encuentre oposición. Es irónico, pero es común. Y quizás no hay que esperar nada diferente. Nadie dijo que fuera fácil, pero es necesario que haya lumbreras que alumbren los caminos.
Lumbrera fue, a un nivel muy superior, Juan el Bautista, a quien se refieren las palabras de nuestro versículo de hoy, profetizadas por Zacarías, su padre. Juan, predestinado para ser profeta y luz a gente que vivía en tinieblas y sombra de muerte, trazó ante sí una senda de paz gracias a la cual muchos se arrepintieron y aceptaron al Señor. Sin embargo, él tuvo que perder su vida. El que fue vida para tantos, perdió la suya por haber llevado paz y salvación. Es otra de esas duras realidades de la vida que cuesta aceptar.
Tal vez tú, querida amiga, te has propuesto trazar caminos de paz y lo haces con todo el amor y la buena voluntad que el Espíritu Santo pone en ti, pero te encuentras con muros de incomprensión que te hacen sentir que no vale la pena. ¿Sabes qué? ¡Claro que vale la pena! Porque esta vida no es el fin de todo. En Apocalipsis 22: 12 leemos: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» (RV60). Que tu obra siga siendo un camino de paz y luz. No te apagues.