Ángeles inesperados
“No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb. 13: 2).
Cuando era una niña pequeña, me encantaba el momento de ir a Montego Bay con mis padres. Aunque la mayoría de los viajes eran por reuniones, igualmente disfrutaba del trayecto y de la idea de salir. Este día en particular, habré tenido unos seis años. Apenas llegamos a la intersección principal que nos conduciría a la concurrida ciudad, nuestro auto se detuvo en medio del tráfico. Las bocinas sonaban con fuerza, y se escuchaban voces molestas por nuestra causa, ya que estábamos obstruyendo el tráfico.
En esa época, mi mamá no manejaba y sabía muy poco sobre autos, y yo simplemente estaba sentada en el asiento trasero, sin poder hacer nada en esta situación. Mi papá se encontraba solo en esto. Él revisó el motor para ver qué podía hacer, y yo empecé a sentirme nerviosa. Probó una cosa y luego otra, mientras mi mamá trataba de encender el auto. Pero, nada ayudaba.
Entonces, de la nada, apareció un hombre. Tenía ropa harapienta, zapatos rotos y parecía que olía mal. Mi corazón se aceleró, al pensar que se veía peligroso, y el rostro de mi madre confirmó mis sentimientos. Pero él se dirigió hasta donde estaba mi padre. Yo tenía miedo. Papá también pareció dudar al verlo, pero el hombre continuó caminando hacia nosotros y parecía que iba a hacer algo con el motor.
-¡No lo dejes! -exclamó mi madre desde el interior del auto.
Sin embargo, todo sucedió tan rápido que mi padre no pudo detenerlo. Luego de tocar uno o dos cables, el hombre dijo a mi papá
-Dile que pruebe nuevamente encender el motor.
A regañadientes, papá le pasó el mensaje a mamá, y ella giró la llave. ¡El auto arrancó! Todos abrimos grande los ojos, ¡era increíble! En menos de un minuto, un desconocido había arreglado nuestro auto.
Cuando mi papá salió de su asombro y se dio vuelta para agradecer al desconocido, él ya no estaba. El hombre había desaparecido, y no teníamos idea de adónde se había ido. Mi papá entró en el auto y manejó un rato tratando de encontrarlo, pero no lo logramos.
El versículo de hoy habla de “ángeles inesperados”. Allí mismo nos detuvimos y agradecimos a Dios por haber enviado a un ángel. Con su ayuda, pudimos terminar nuestro viaje con éxito.
AVIA ROCHESTER-SOLOMON