ANA LA PROFETISA
CONTEMPLÓ LA LUZ DE LA VIDA
Estaba también allí Ana, profetisa… Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén. Lucas 2:36-38.
Entre los pocos que estaban preparados para el primer advenimiento del Salvador estaba Ana, una anciana dedicada a la vida devocional. San Lucas dice que ella no se apartaba del Templo, y que hacía oraciones y ayunaba con frecuencia. Ana había pasado mucho tiempo esperando la manifestación del Salvador prometido, y cuando el Mesías llegó, ella pudo identificarlo.
Dice el evangelio que Ana era profetisa. Esto significa que el Espíritu de Dios le reveló la presencia del Niño en el día de la dedicación. Y ella “confirmó el testimonio de Simeón acerca de Cristo. Mientras hablaba Simeón, el rostro de ella se iluminó con la gloria de Dios, y expresó su sentido agradecimiento por habérsele permitido contemplar a Cristo el Señor.
“Estos humildes adoradores no habían estudiado las profecías en vano. Pero los que ocupaban los puestos de gobernantes y sacerdotes en Israel, aunque habían tenido delante de sí los preciosos oráculos proféticos, no andaban en el camino del Señor, y sus ojos no estaban abiertos para contemplar la Luz de la vida” –DTG, 37.
Es fácil tener una religión fácil: una religión sin callos en las rodillas, sin ayunos ni vigilias, sin oración constante. Es fácil tener una religión sin muerte, porque para ser cristiano hay que morir: morir al mundo, lo cual es muy difícil, morir al yo, lo cual es más difícil. Es fácil tener una religión sin cruz. La religión de Ana no era fácil para la carne, pero era poderosa. Tanto se acercó a Dios que le fue concedido el don de profecía. Y cuando llegó el Salvador que los profetas varones de todos los tiempos anunciaron, una profetisa lo reconoció. Tanto fue el gozo de Ana que alzó sus brazos al cielo y dio gracias a Dios, y a todos los que pasaban por ahí les hablaba del gran acontecimiento.
Es tiempo de orar intensamente, es tiempo de ayunar, es tiempo de quebrantar nuestro ego, para que así como Ana reconoció al Salvador en su primer advenimiento, podamos reconocerlo ahora, en vísperas del segundo advenimiento. Por eso nos llamamos adventistas. –LC