La edificación del carácter
«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu». Romanos 8: 1
LA VERDADERA EDUCACIÓN no deja de lado el valor del conocimiento científico o literario, pero considera que el poder es superior a la información, la bondad, al poder, y el carácter, al conocimiento intelectual. El mundo no necesita tanto hombres y mujeres de gran intelecto como de carácter noble. Necesita hombres y mujeres cuya capacidad sea dirigida por principios firmes.
«La sabiduría es lo primero». Por lo tanto: «¡Adquiere sabiduría!». «La lengua de los sabios destila conocimiento» (Prov. 4: 7; 15: 2, NVI). La verdadera educación imparte esa sabiduría; nos enseña a usar adecuadamente, no solo una parte, sino todos nuestros conocimientos y talentos. Y así abarca toda la gama de nuestras obligaciones hacia nosotros mismos, hacia el mundo y hacia Dios.
La edificación del carácter es la obra más importante que jamás haya sido confiada a los seres humanos y nunca antes ha sido su estudio diligente tan necesario como ahora. Las generaciones pasadas no tuvieron que enfrentarse a problemas tan trascendentales; nunca antes se hallaron los jóvenes frente a peligros tan enormes como los que tienen que arrostrar hoy.
En un momento como este, ¿cuál es la tendencia de la educación que se imparte? ¿Qué objetivo tiene generalmente en vista? La complacencia del yo. Gran parte de la educación actual es una perversión del arte pedagógico. La verdadera educación contrarresta la ambición egoísta, el afán de poder, la indiferencia hacia los derechos y las necesidades de la humanidad, que constituyen la maldición de nuestro mundo. En el plan de vida de Dios hay un lugar para cada ser humano. Cada uno debe perfeccionar al máximo sus talentos, y la fidelidad con que lo haga, sean estos pocos o muchos, le dará derecho a recibir honor. En el plan de Dios no tiene cabida la rivalidad egoísta. Los que se miden entre sí y se comparan los unos con los otros lo que demuestran es «su falta de juicio» (2 Cor. 10: 12). Todo lo que hagamos hemos de llevarlo a cabo «conforme al poder que Dios da» (1 Ped. 4:11). «Todo lo que hagan, háganlo de buena gana, como si estuvieran sirviendo al Señor y no a los hombres. Pues ya saben que, en recompensa, el Señor les dará parte en la herencia. Porque ustedes sirven a Cristo» (Col. 3: 23-24, DHH). La formación obtenida mediante la puesta en práctica de estos principios, así como el servicio que con ello se presta, es de inmenso valor. Pero ¡qué alejada de estos principios se halla la educación que se imparte ahora! Desde los primeros años de la vida, el niño pone en práctica la emulación y la rivalidad; y manifiesta egoísmo, que es la raíz de todo mal.— La educación, cap. 25, pp. 203-204.