EL CONDUCTOR CELESTIAL
“Antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén hablando, yo habré oído” (Isa. 65:24).
Terrminé mis estudios en la década de los sesenta, mientras trabajaba medio tempo y cuidaba de mi familia. Por eso tenía que viajar regularmente entre Washington y Maryland. Esto demandaba mucho tiempo diario conduciendo, mucha energía física y un estado de alerta continuo. Un día, al salir de clases, estaba extremadamente cansada. El sentido común me dictó que llamara al trabajo, explicando que estaba exhausta y necesitaba dormir; pero no quería perder tiempo de trabajo porque necesitaba el dinero. Así que, me dirigí a Virginia para trabajar. A mitad de camino, me encontré en el carril de la izquierda, cabeceando. Me forcé a abrir los ojos y murmuré una oración: “Querido Dios, por favor, conduce tú este auto, porque yo no puedo”. Inmediatamente me quedé dormida. Segundos más tarde, unos movimientos laterales me despertaron abruptamente. Mi auto parecía estar literalmente esquivando otros vehículos, pero sin golpear a ninguno.
Mi vehículo, ahora fuera de control, se detuvo en el pasto al margen de la carretera. Aturdida, vi que estaba frente a una casa. Todavía no podía moverme. No sé cuánto tiempo estuve allí, inmóvil, detrás del volante. Entonces comencé a recobrar mis sentidos. Me sentía temblorosa, y todo lo que pude susurrar fue: “¡Gracias, Dios!” Me preguntaba qué hacer. Tenía demasiado miedo de manejar nuevamente. Miré la casa, y sentí la impresión de que tenía que buscar ayuda. Un hombre abrió la puerta. Le di mi nombre y le expliqué lo que me acababa de suceder. Humildemente, le pedí que llamara a mi trabajo e informara que no iría a trabajar esa tarde. Cuando mencioné al hombre el nombre de mi lugar de trabajo, exclamó:
-¿En serio? ¡Mi hija también trabaja allí!
-¿Quién es su hija?, le pregunté.
Resultó que conocía a su hija.
Esa conexión hizo que me ganara la confianza y la ayuda de esa familia. Fueron sumamente amables, al permitir que me quedara con ellos hasta que mi hermano pudiera llevarme a casa. Realmente Dios se había hecho cargo de conducir mi auto, cuando me quedé dormida al volante por mi insensata decisión de ir al trabajo. También me había guiado hasta personas con las cuales estaría segura.
¿Qué obstáculos estás viviendo en tu viaje de la vida? ¿Necesitas un Conductor celestial? Si es así, pide a Dios que tome el volante y entonces, con confianza, observa cómo te lleva con seguridad a casa.