En mi desesperación oré, y el Señor me escuchó; me salvó de todas mis dificultades. Salmo 34:6.
-¡Sálvanos, oh Dios del desierto! El capitán Benjamín Bonneville temblaba mientras se oculta bajo su abrigo de lana, pero continuó avanzando en medio de la ventisca. No estaba muy seguro de hacia dónde se dirigían, pero sabía que debía mantener a sus hombres en movimiento o morirían.
-No podremos seguir mucho más, Dios -continuó orando-. Ya no tenemos comida, y se nos acaban las fuerzas. Si vas a hacer algo, tendrá que ser pronto.
Durante dos meses Bonneville y tres hombres habían luchado en la región del Cañón del río Snake, en búsqueda de la tienda de intercambio de la Compañía de la Bahía Hudson. Para empezar, el burro que llevaba las provisiones resbaló, cayó al río, y se estrelló contra las rocas. Luego, ventiscas cortantes los obligaron a matar otro burro para alimentarse. Ahora no les quedaba nada…
-No saldremos de esto, Capí -profetizó el viejo Matt-. Puedo ver a Doña Muerte que nos pisa los talones.
-Apúrense, entonces -bromeó Bonneville-; no permitamos que nos alcance.
Dadas las circunstancias, nadie estaba de humor como para reír. Los hombres apenas si podían levantar una pierna y colocarla frente a la otra a fin de seguir avanzando. Claro está que los demás le creyeron al viejo Matt.
-Con la ayuda de Dios, saldremos de esto -dijo Bonneville, aparentando más entusiasmo y fe de los que realmente tenía.
Al día siguiente, cada paso dado era un esfuerzo agónico, desesperado. Los hombres caían y se levantaban al impacto de la ventisca, y quemaban las últimas energías que les quedaban tratando de salir adelante. El viento les arrojaba nieve en la cara, que les quemaba la piel y los enceguecía. Justo frente a ellos se erguía una cresta de piedras a la cual el viento había limpiado de nieve. Bonneville corrió trastabillando hacia ellas para protegerse del mal tiempo, pero con sorpresa descubrió que al otro lado había un valle amplio y verde. Durante 53 días habían luchado contra el viento, la nieve y el hielo de las montañas. ¡No podían creer que aquí, en el valle, fuera primavera!
-Dios nos ha salvado -exclamó el capitán Bonneville.
Al cabo de unas horas, estaban comiendo salmón seco ahumado y moras en las carpas de una tribu de indios amistosos.