Sabado 15 de Abril del 2017 – SER LEALES A LOS PRINCIPIOS – Matutina para adultos

SER LEALES A LOS PRINCIPIOS

«Día tras día me he mantenido de pie sobre la torre de vigilancia, mi señor; noche tras noche he permanecido en mi puesto». Isaías 21: 8, NTV

JESÚS MISMO nunca compró la paz por la transigencia. Su corazón rebosaba de amor por toda la familia humana, pero nunca fue indulgente con sus pecados. Amaba demasiado a los seres humanos como para guardar silencio mientras estos seguían una conducta funesta para sus almas, las almas que él había comprado con su propia sangre. Él trabajaba para que el ser humano fuese fiel a sí mismo, fiel a su más elevado y eterno interés. Como siervos de Cristo se nos llama a realizar la misma obra, y hemos de velar, no sea que al tratar de evitar la discordia, traicionemos la verdad. Hemos de seguir «lo que contribuye a la paz» (Rom. 14: 19), pero la verdadera paz no puede obtenerse traicionando los buenos principios. Y nadie puede ser fiel a estos principios sin incitar oposición. Un cristianismo espiritual recibirá la oposición de los hijos de la desobediencia. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matar» (Mat. 10: 28). Los que son fieles a Dios no necesitan temer el poder de los seres humanos ni la enemistad de Satanás. En Cristo está segura su vida eterna. Lo único que han de temer es traicionar la verdad, y así el cometido con que Dios los honró.

Satanás procura llenar los corazones humanos de duda. Los induce a mirar a Dios como un Juez severo. Los tienta a pecar, y luego a considerarse demasiado viles para acercarse a su Padre celestial o para despertar su compasión. El Señor comprende todo esto. Jesús nos da la seguridad de la compasión de Dios en nuestras necesidades y debilidades. No se exhala un suspiro, no se siente un dolor, ni ninguna ansiedad atormenta el alma, sin que conmuevan también el corazón del Padre.

La Biblia nos muestra a Dios en un lugar alto y santo, no en un estado de inactividad, ni en silencio y soledad, sino rodeado por diez mil veces diez millares y millares de millares de seres santos, todos dispuestos a hacer su voluntad. Por medios que no podemos discernir está en activa comunicación con cada parte de su dominio. Pero es en el grano de arena de este mundo, en las almas por cuya salvación dio a su Hijo unigénito, donde su interés y el interés de todo el cielo se concentran. Dios se inclina desde su trono para oír el clamor de los oprimidos. A toda oración sincera, él contesta: «Aquí estoy». Levanta al angustiado y pisoteado. Él se aflige por todas nuestras angustias.— El Deseado de todas las gentes, cap. 37, pp. 328-329.

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