COMPARTE TU PAN
«¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano?» (Isaías 58:7).
Una vecina cuyo hijo no había comido en todo el día clamó angustiada:
-¡Emma, Emma! ¡Un poquito, nada más!
Eran tiempos de guerra y el alimento escaseaba en el pequeño pueblo de Zemun, ubicado a pocos kilómetros de Belgrado, la capital de la antigua Yugoslavia. Con el último resto de harina, Emma había cocido un pequeño pan, que apenas alcanzaría para sus propios hijos. Pero allí estaba su vecina, que había sentido el apetitoso aroma y Emma no le podía negar el pedido. Compartió un trozo del preciado alimento con ella y luego llevó el resto a sus hijos. En pocos segundos, el pan había desaparecido. Emma rogó a Dios que pudiesen dormir tranquilos y no se despertaran en la noche, llorando de hambre.
En otra ocasión, Emma y su esposo escondieron a dos soldados enemigos en una hendidura de la montaña que llegaba hasta su casa. Era el lugar donde construían barriles y que utilizaban como taller y bodega. ¡Cómo les recordaban esos jóvenes a sus hijos mayores que también estaban en la guerra! Arriesgando sus propias vidas, posteriormente los trasladaron hasta la frontera, disfrazándolos como si fuesen sus hijas y rogando a Dios de no morir en el intento.
¿No te ha pasado que cuando piensas en ayudar, una voz te susurra al oído y te dice: «Cuando salgas de este o aquel aprieto, entonces sí podrás hacerlo»? ¿Qué esperas para ayudar a tu prójimo? ¿Salir de tus deudas? ¿Terminar un proyecto? ¿Tener un mejor salario? Ante estas conmovedoras experiencias que les ocurrieron a mis abuelos maternos (L), me avergüenzo de haber tenido alguna vez, alguno de estos pensamientos.
No obstante, el capítulo 58 de Isaías ofrece una nueva oportunidad para todo aquel que avergonzado de sí mismo, se ponga en las manos de Dios. «Si das tu pan al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan» (vers. 10-11).
Mira cómo Dios te ha sustentado a través de los años. Una forma de agradecerle es compartir lo que tienes, con quien se encuentre en una condición más desfavorable que tú. «Entonces nacerá tu luz como el alba […] y la gloria de Jehová será tu retaguardia» (vers. 8).