LA PRIMERA TAREA DE TODAS
«Jehová, de mañana oirás mi voz». Salmo 5: 3
POR LA FE LLEGASTE a ser de Cristo, y por la fe tienes que crecer en él, dando y recibiendo. Tienes que entregarle todo: el corazón, la voluntad, la vida; entregarte a él para obedecerlo en todo lo que te pida. Y tienes que recibirlo todo: a Cristo, la plenitud de toda bendición, para que more en tu corazón y el sea tu fuerza, tu justicia, tu eterno Auxiliador, y te dé poder para obedecer.
Lo primero que deberíamos hacer cada mañana al levantarnos, es dirigirnos a Dios en oración para decirle: «Tómame, ¡oh Señor!, como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y que todo lo que yo vaya a hacer hoy pueda ser aprobado por ti». Esto hemos de hacerlo a diario, a fin de consagrar a Dios toda la jornada, sometiendo a él todos nuestros planes para ponerlos en práctica o abandonarlos, según nos lo vaya indicando su providencia. Podremos así poner nuestra vida en manos de Dios, para que cada vez sea más semejante a la de Cristo.
La vida en Cristo es una vida de plena confianza. Tal vez no se experimente una sensación de éxtasis, pero tiene que haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder. Así que no has de mirarte a ti mismo ni depender de ti, sino mirar a Cristo. Piensa en su amor, en la belleza y perfección de su carácter. Cristo en su abnegación, Cristo en su humillación, Cristo en su pureza y santidad, Cristo en su incomparable amor: este es el tema que debe contemplar el alma. Amándolo, imitándolo, dependiendo enteramente de él, es como serás transformado a su semejanza.
El Señor dice: «Permanezcan en mí» (Juan 15:4, NVI). Estas palabras expresan una idea de sosiego, estabilidad, confianza. También nos invita: «Vengan a mí […] y yo les daré descanso» (Mat. 11: 28, NVI). Las palabras del salmista hacen resaltar el mismo pensamiento: «Guarda silencio ante el Señor, y espera en él con paciencia» (Sal. 37: 7, NVI). […] Esta tranquilidad no se obtiene en la inactividad; porque en la invitación del Salvador la promesa de descanso va unida con un llamamiento a trabajar: «Carguen con mi yugo y aprendan de mí […] y encontrarán descanso» (Mat. 11; 29, NVI). El corazón que más plenamente descansa en Cristo es el más dispuesto a servirle activamente.— El camino a Cristo, cap. 8, pp. 103-105.