LA OBEDIENCIA, UNA CONDICIÓN PARA LA FELICIDAD
«Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece». Éxodo 19: 5, NVI
NUESTROS PRIMEROS padres, a pesar de que fueron creados inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del pecado. Dios los hizo seres morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter y la justicia de sus exigencias, y les otorgó plena libertad para prestarle o negarle obediencia. […] Desde el mismo inicio de la existencia del ser humano Dios le puso freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó la caída de Satanás. El árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de la vida, en el centro del huerto, había de probar la obediencia, la fe y el amor de nuestros primeros padres. Aunque se les permitía comer libremente del fruto de todo otro árbol del huerto, se les prohibía comer de este, so pena de muerte. También iban a estar expuestos a las tentaciones de Satanás; pero si soportaban con éxito la prueba, serían colocados finalmente fuera del alcance de su poder, para gozar del perpetuo favor de Dios.
Dios puso al ser humano bajo una ley, como condición indispensable para su propia existencia. Era súbdito del gobierno divino, y no puede existir gobierno sin ley. Dios pudo haber creado al ser humano incapaz de violar su ley; pudo haber detenido la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso Adán habría sido, no un ente libre, sino un mero autómata. Sin libre albedrío, su obediencia no habría sido voluntaria, sino forzada. Su carácter no se habría podido desarrollar. Tal proceder habría sido contrario al plan que Dios seguía en su relación con los habitantes de los otros mundos. Hubiera sido indigno del ser humano como ser inteligente, y hubiera dado base a las acusaciones de Satanás, de que el gobierno de Dios era arbitrario.
«Dios hizo al hombre recto» (Ecl. 7: 29); le dio nobles rasgos de carácter, sin inclinación hacia lo malo. Lo dotó de elevadas cualidades intelectuales, y puso en él los más fuertes atractivos posibles para motivarlo a ser constante en su lealtad. La obediencia, perfecta y perpetua, era la condición para la felicidad eterna. Cumpliendo esta condición, tendría acceso al árbol de la vida.— Patriarcas y profetas, cap. 2, p. 28.