Martes 16 de agosto 2016. Picos gemelos: Una historia de dos montes y dos manos
«¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de ti! He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros». Isaías 49: 15, 16
CUANDO TOMAS LA MANO de una persona, hay algo especial en ese contacto, ¿no crees? Cuando un muchacho tímido sostiene por primera vez la mano de una chica ruborizada, cuando una pareja anciana se sujeta por última vez las manos arrugadas, es algo especial. Cuando, antes de su fallecimiento, tomé la mano de mi padre, una mano tierna y varonil a la vez, incluso en su debilidad, la vinculación afectiva fue sagrada. Entonces, ¿cómo sería tomar la mano de Dios aunque fuera un momento?
Considera las dos representaciones más poderosas de la mano de Dios en toda la literatura, ambas sobre una cumbre. En la primera cumbre, en una explosión de luz y gloria, somos testigos de ese momento a lo Cecil B. DeMille en que la ardiente mano de la Divinidad se alarga para grabar letras llameantes en las tablas de los Diez Mandamientos. «Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte Sinaí, dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios» (Éxo. 31: 18). Esto sí lo sabemos con certeza: el único texto autógrafo de Dios, directamente atribuible a él en toda la Sagrada Escritura, son estos Diez Mandamientos. Su mano escribió los diez, lo que, sin duda, debe decir algo sobre la autoridad incontrovertible del Decálogo para toda la raza humana. Según señaló en una ocasión Ted Koppel, Moisés no bajó del Sinaí «las Diez Sugerencias». Son los Diez Mandamientos escritos por Dios.
En la segunda cumbre volvió a aparecer su mano. «Me ha cercado una banda de malvados; me han traspasado las manos y los pies» (Sal. 22: 16, NVI). Ahora no hay ninguna ráfaga de luz y de gloria. En vez de ello, somos testigos de ese momento a lo Mel Gibson cuando la mano de Jesús es sujetada sobre el travesaño de madera, el clavo romano metido cruelmente a golpes en la palma, con los golpes del mazo produciendo un tintineo de metal con metal en la cima del Gólgota, atravesando a porrazos la mano y la viga hasta que la sangre chorrea por la punta que sobresale.
Nunca te olvides de esa mano. Porque es la misma mano que escribió la ley. El dedo del Sinaí es la mano del Calvario. La mano que escribió en la piedra fue clavada a la madera. El Legislador de la cima de un monte se convirtió en el Dador de la vida en la cima del otro. Entonces, ¿por qué contraponer los montes entre sí y rechazar el Sinaí a favor del Calvario? Sí, dos montes. Sí, dos manos. Pero un solo Dios. Y un amor. Tan profundo que nos esculpió a todos los pecadores en las palmas de sus manos, para siempre.