Jueves 30 de junio – Orando en todo tiempo. Matinal damas
«Estén ustedes preparados, orando en todo tiempo, para que puedan […] presentarse delante del Hijo del hombre» (Luc. 21: 36).
“En la pugna entre el arroyo y la roca, siempre triunfa el arroyo, no porque sea muy fuerte, sino porque persevera”. H. Jackson Brown
CUANDO ERA PEQUEÑA, tenía una mala costumbre que atacaba los nervios de mi madre y acababa con su paciencia. Cuando quería algo y ella me decía que no, yo insistía e insistía pidiendo lo mismo cien mil veces, intentando debilitar la voluntad de ella. Casi nunca lograba que cediera, pero alguna vez me decía: «De tan insistente que eres, te lo voy a conceder». Ahora, al analizarlo con la perspectiva que dan los años, aquello ha tomado para mí un matiz positivo, porque en realidad lo único que yo mostraba con mi actitud era mi fe inquebrantable en que mi madre me daría lo que yo esperaba. Esa es la fe de un niño, esa es la fe que Dios espera de nosotras en nuestro trato con él. Y para ilustrarlo, Jesús nos dejó una parábola de una mujer tan insistente como yo en mi infancia: la parábola de la viuda y el juez injusto.
«Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. En el mismo pueblo había también una viuda que tenía un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero después pensó: “Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, la voy a defender, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia”» (Luc. 18: 2-5). Terminando de contar esta parábola, Jesús preguntó: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?» (vers. 8), es decir, ¿encontrará en nosotros, sus hijos, esa clase de fe demostrada por la viuda, que mantiene sus ruegos a pesar de la demora? ¿O la de esa niña que insiste e insiste a su mamá porque sabe que la ama tanto que mantiene la esperanza de que no le niegue nada? Porque esa es la clase de fe que Dios desea ver en nosotras, que lo espera todo y persevera como el agua del arroyo. Por eso nos enseñó esta parábola «sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar» (Luc, 18: 1, RV95).
Así que no desmayemos, oremos siempre, pidamos siempre, comuniquémonos con el Padre siempre, esperemos su respuesta, su amor y su presencia, siempre, hasta que el Hijo de Dios vuelva.