APRENDIENDO A ESCUCHAR A DIOS
“Mis ovejas oyen ni voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Juan 10: 27).
Leí un libro sobre alguien que dijo que Dios le habló y me hizo sentir frustrada. Aunque crecí en un hogar religioso, de adulta nunca había escuchado a Dios hablarme de la manera en que habló a este hombre. Así que comencé a hablar con Dios sobre esto. “Señor, si este hombre puede tener una experiencia así, ¡yo también la quiero!”
Era miembro de una iglesia en una ciudad vecina. Solíamos llegar muy temprano los sábados y volvíamos a casa casi a la noche. Un sábado después del almuerzo, me di cuenta de que había dejado una carpeta en el auto de mis padres. Tenía las partituras que necesitaba para un ensayo de jóvenes ese día. Pero, mi padre tenía las llaves del auto y había ido a la plaza cercana a la iglesia.
Al bajar las escaleras, se me cruzó un “pensamiento”: “Ponte protector solar en el rostro”. Por un tratamiento médico que estaba realizando, mi dermatóloga me había indicado que debía usar protector solar fielmente cada vez que estuviese expuesta al sol. Era verano en el Brasil. Sin embargo, no presté atención al pensamiento y bajé otro escalón. “¡Ponte protector solar en el rostro!”
¿Por qué ponerme protector solar, si solo voy a caminar una cuadra y volver rápidamente? Decidí no escuchar y me fui.
Al pasar frente a la casa contigua a la iglesia, vi a unos vecinos amigables que estaban en el frente de su hogar. Me encanta charlar, y hablamos por más de una hora. Allí me encontraba. Sin protector solar en el rostro, bajo el fuerte sol de la tarde, desafiando consejos médicos… y divinos.
A pesar de eso, sentí un gran gozo al notar que no había oído un pensamiento cualquiera, ¡sino la suave voz de Dios! Había esperado que Dios me hablara sobre algo realmente significativo, pero ese día descubrí que los detalles más pequeños de mi vida son más importantes para él de lo que había imaginado.
Dios me enseñó que debía actuar por fe, obedecer lo que me dice aunque no entienda el porqué. No conozco el futuro, pero mi cuidadoso Padre celestial ya sabe lo que sucederá. Y quizá no nos hable sobre algo trascendente, pero sí será algo importante. ¡Puedo garantizar que vale la pena aprender a escuchar!
KENIA KOPITAR